GANADORES DEL 2º CONCURSO NACIONAL DE CUENTOS "PACO ESPÍNOLA"



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    2° CONCURSO NACIONAL DE CUENTOS BREVES "PACO ESPINOLA"

    ACTA DEL JURADO

    1 — Reunidas las integrantes del jurado Malí Guzmán, Mirtha Villa y Mercedes Rosende, deciden otorgar los 3 premios, sin distinción de jerarquía, a los cuentos y autores que se mencionan a continuación:

    Chilibroste, Héctor, cuento Monsieur Mauvais
    Ibarra, Marcos, cuento Maldito Gómez
    Miller, Magdalena, cuento Fue Julia

    Y menciones especiales a los siguientes cuentos:

    Alonso, Laura, cuento Desvío

    Baraibar, Oscar Camilo, cuento Infidelidad

    Blanco, Norma, cuento Wanda

    Campodónico, Daniel, cuento Política deportiva

    Chilibroste, Héctor, cuento La vida de un viajante

    de los Santos, Federico, cuento Ana Cuarella: pintada al óleo

    Guido, Natalia, cuentos Soy Amanda Niedman y El abismo

    Hirigoyen, Lilían, cuento La mirada en la espalda

    Ibarra, Marcos, cuento Así son las cosas

    Mántaras, Juan Carlos, cuento Alegrías con historia

    Montero, Vivian, cuento La mujer del cuadro

    Moreira, Antonio, cuento Aplastada

    Ríos, Germán, cuento De América y del mundo

    Rodríguez, Gonzalo, cuento La niebla

    Rodríguez, Violeta, cuento El primo Ramón

    Sequeira , Alberto, cuento El bocina

    Solís, Elena, cuento Clara

    Soriano, Manuel, cuento Cordón roto

    Viola, Wellington, cuento El sobreviviente


    Montevideo, 27 de agosto de 2008

LIBRO CON LOS CUENTOS SELECCIONADOS 2008

Libro Paco 2008


2° CONCURSO NACIONAL DE CUENTOS BREVES "PACO ESPINOLA" © cada uno de los autores © Yaugurú ISBN: 978-9974-8033-3-6 YAUGURÚ 71 Colección dirigida por Gustavo Wojciechowski macadg@internet.com.uy Primera edición: setiembre del año 2008 Se editaron 500 ejemplares numerados. Diseño: Maca Puesta en página realizada en QXPress 4.1, utilizando las tipografías Sabon y Optima. Corrección: Pablo Silva Olazábal Fotomecánica: Typeworks. Impresión: Tradinco [Minas 1367] Depósito legal: 345.939 SEGUNDO CONCURSO NACIONAL DE CUENTOS Héctor Chilibroste / Marcos Ibarra / Magdalena Miller / Laura Alonso / Norma Blanco / Camilo Baráibar / Daniel Campodónico / Federico de los Santos / Natalia Guido / Lilián Hirigoyen / Juan Carlos Mántaras / Vivián Montero / Antonio Moreira / Germán Ríos / Gonzalo Rodríguez / Violeta Rodríguez Arregui / Alberto Sequeira / Elena Solís / Manuel Soriano / Wellington Viola Alles Es una apuesta a la cultura de Tradinco ACTA DEL JURADO Convocan: 2° CONCURSO NACIONAL DE CUENTOS BREVES "PACO ESPINOLA" ACTA DEL JURADO 1 - Reunidas las integrantes del jurado Malí Guzmán, Mirtha Villa y Mercedes Rosende deciden otorgar los 3 premios, sin distinción de jerarquía, a los cuentos y autores que se mencionan a continuación: Organiza: Auspicia: Patrocinan: Chilibroste, Héctor, cuento Monsieur Mauvais Ibarra, Marcos, cuento Maldito Gómez Miller, Magdalena, cuento Fue Julia Y menciones especiales a los siguientes cuentos: Alonso, Laura, cuento Desvío Baraibar, Oscar Camilo, cuento Infidelidad Blanco, Norma, cuento Wanda Campodónico, Daniel, cuento Política deportiva Chilibroste, Héctor, cuento La vida de un viajante de los Santos, Federico, cuento Ana Cuarella: pintada al óleo Guido, Natalia, cuentos Soy Amanda Niedman y El abismo Hirigoyen, Lilían, cuento La mirada en la espalda Ibarra, Marcos, cuento Así son las cosas Apoyan: Intendencia Municipal de Colonia, Maldonado, San José y Salto. 8 / 2° CONCURSO NACIONAL DE CUENTOS BREVES "PACO ESPINOLA" Mántaras, Juan Carlos, cuento Alegrías con historia Montero, Vivian, cuento La mujer del cuadro Moreira, Antonio, cuento Aplastada Ríos, Germán, cuento De América y del mundo Rodríguez, Gonzalo, cuento La niebla Rodríguez, Violeta, cuento El primo Ramón Sequeira , Alberto, cuento El bocina Solís, Elena, cuento Clara Soriano, Manuel, cuento Cordón roto Viola, Wellington, cuento El sobreviviente Montevideo, 27 de agosto de 2008 2° CONCURSO NACIONAL DE CUENTOS BREVES "PACO ESPINOLA" Convocan: Biblioteca Nacional y Radiodifusión Nacional del SODRE Radio Uruguay 1050 AM Organiza: Sopa de Letras 1050 AM Patrocinan: Tradinco y Editorial Yaugurú Auspician: Casa de los Escritores, Intendencias Municipales de San José, Colonia, Maldonado y Salto Objetivos a) Dar cuenta de la diversidad creativa literaria en el territorio nacional. b) Fomentar la creación literaria y la lectura de obras de autores nacionales. c) Promover emprendimientos que permitan la publicación y difusión de la literatura nacional. Premios 1) Se asegura la publicación de 500 ejemplares del libro, que contendrá los tres mejores cuentos y las menciones que el jurado estime pertinentes (no más de 20). La distribución del libro se realizará por tres canales: a) la Biblioteca Nacional asegurará la distribución de 100 ejemplares en todas las 10 / 2° CONCURSO NACIONAL DE CUENTOS BREVES "PACO ESPINOLA" bibliotecas públicas del país; b) cada autor premiado recibirá 10 ejemplares del libro y c) el resto se distribuirá en librerías de todo el país a precios accesibles. Para este concurso los organizadores cuentan con la participación de la Editorial Yaugurú, prestigiada por la originalidad gráfica de sus libros, y de la imprenta Tradinco, reconocida dentro de la industria gráfica por sus altos parámetros de calidad. 2) Los tres mejores cuentos serán grabados para integrar el Museo de la Palabra del SODRE. 3) Cada autor premiado recibirá un diploma de los convocantes del 2° Concurso Nacional de Cuentos Premio Paco Espínola que se entregará en ceremonia pública. 4) Los 3 autores galardonados optarán, además, por uno de estos premios: un fin de semana para dos personas en Punta del Este, Termas del Arapey o la ciudad de Colonia. PREMIO MONSIEUR MAUVAIS Héctor Chilibroste La vida, filosofaba Monsieur Mauvais cuando llegué al bar, es como un cuadro torcido. Cuando lo mirás de lejos, te das cuenta para dónde hay que correrlo para que quede derechito. Entonces te acercás y lo movés un cachito para la izquierda, y te parece que quedó fenómeno; pero cuando te alejás ves que ahora está torcido para el otro lado y tenés que tratar de acomodarlo de nuevo... A uno le pasa lo mismo. Si mirás las cosas desde cierta distancia te das cuenta para dónde tenés ladeado el cuadro de tu vida y tratás de enderezarlo. Pero para ello debés acercártele otra vez, es decir meterte de nuevo en la chiquita de todos los días, y entonces puede ser peor la enmienda que el soneto, como quien dice. Por eso necesitamos tener siempre a nuestro lado a alguien que nos observe con cierta perspectiva, y nos diga exactamente para qué lado lo tenemos que mover. Al viejo le gustaban esas disquisiciones y nosotros lo escuchábamos con simpatía, era alguien que venía a romper la rutina. Empezó a ir por el bar una tardecita. Hace poco que me jubilé como cronista policial de un diario de la tarde, nos dijo pocos días después. A nosotros nos entretenía escucharlo discurrir mientras tomaba vino blanco y comía maníes, que aparentemente eran su único alimento. Lo menos que podía decirse de Monsieur Mauvais era que se trataba de un personaje pintoresco. No mediría más de un metro sesenta, y vestía un traje negro que en algún tiempo –un tiempo muy remoto– había sido nuevo. Ahora tenía un brillo parejo, acentuado en la espal- 12 / HÉCTOR CHILIBROSTE 2° CONCURSO NACIONAL DE CUENTOS BREVES "PACO ESPINOLA" / 13 da, los codos y las asentaderas. Andaba siempre de cuello duro y con una corbata de lazo muy finita, también negra. Nunca lo vimos desarreglado; peinaba con mucha gomina su pelo gris, aún abundante, y estaba siempre perfectamente afeitado y oliendo ligeramente a lavanda. Al promediar la segunda jarrita de vino comenzaba a contarnos sus experiencias periodísticas y a enumerar todos los casos que él había resuelto, que si uno le hacía caso superaban a los de todos los investigadores del mundo. Usaba una jerga anacrónica, que se refería a una realidad muy distinta a la actual, y sus personajes eran alternativamente scruchantes, descuidistas, llaveros – los expertos en llaves – madruguistas, – los que actuaban de mañana muy temprano – mecheras, cafishios, cuenteros del tío, punguistas, fulleros y otros especímenes por el estilo. En mis tiempos no se hablaba de secuestros, decía, ni de copamientos o salideras, ni de robo de autos o desarmaderos, ni de ninguna de las otras formas violentas del delito que hoy nos asolan. Era una delincuencia como quien diría más amateur, comentaba con cierta nostalgia, que si bien te podía dejar de pronto sin un peso en el bolsillo no encerraba un verdadero peligro físico para la víctima, simplemente la bronca de haberte dejado engrupir y de encontrarte con que te habían birlado los pocos mangos que tenías. Los días en que se animaba a una tercera jarrita, que debo reconocer no eran muchos, le daba por contarnos sus hazañas amorosas. Se volvía entonces totalmente patético. He tenido oportunidad de alternar con gente de la más alta alcurnia, comentaba. Eran muy pocas las grandes damas que se resistían a mi seducción. En esas oportunidades nos explicaba que no en vano su apellido era Mauvais, que quiere decir “malo” en francés. Y lo peor era que se complacía en darnos los detalles más escabrosos, como sacados de un libro de pornografía barata, a pesar de que pienso que sabía perfectamente que no le creíamos ni una sola palabra. Esas detalladas descripciones de sus hazañas nos daban al mismo tiempo un poco de asco y mucha pena. Nosotros tratábamos de apartarlo del tema, pero cuando agarraba el camino de los amores licenciosos no había quien lo desviara. Nos daba lástima dejarlo solo, pero a pesar de ello íbamos abandonando la mesa de a uno, con cualquier pre- texto, hasta que el viejo se avivaba de que estaba hablando con la jarra y los maníes, y se quedaba callado, reviviendo para sí, pensábamos, no hechos reales, sino las frondosas creaciones de su imaginación. Después de varios meses de cero falta, una tarde no apareció por el boliche. Ese día no nos inquietamos. Pero cuando pasó una semana sin que supiéramos nada de él, nos empezamos a preocupar. Sabíamos que vivía en una pensión de la calle Maldonado, pero nadie conocía su dirección exacta. Hicimos averiguaciones en la policía, en el diario en que decía haber trabajado, en el BPS, en la asociación de la prensa y en cuanto lugar se nos ocurrió, pero no obtuvimos noticia alguna del anciano, a quien parecía que la tierra se lo hubiera tragado. Leíamos en los diarios la lista completa de los finados del día, pero nunca lo encontramos en ella. Con el tiempo nos fuimos olvidando de Monsieur Mauvais y de sus rijosas aventuras, requeridos por otros temas de mayor actualidad como el aumento del precio del café, el campeonato apertura o la reunión del próximo domingo en Maroñas. Hasta que un viernes a última hora de la tarde paró frente al bar un automóvil de esos imponentes, como de diez metros de largo, que era como un certificado de riqueza y bacanismo. Cuando vimos que el chofer ayudaba a bajar de él a nuestro perdido Monsieur Mauvais, casi nos caímos de las sillas. Había abandonado su viejo traje negro y estaba vestido a la última moda, sin ostentación pero con una elegancia que denunciaba de lejos el traje hecho a medida. Traía un clavel rojo en el ojal, el pelo más engominado que nunca, y el perfume a lavanda se sintió desde que cruzó la puerta. Nosotros no podíamos creer lo que estábamos viendo. Nos saludó dándonos la mano a todos y cada uno de una manera casi solemne, y cuando lo invitamos a sentarse accedió de inmediato. Una jarrita de vino blanco y un platito de maníes, José, le pidió al mozo. Luego, mirándonos alternativamente a todos, comenzó a hablar: veo que están sorprendidos, muchachos, dijo, pero ya les dije que la vida es así. Hace unos días me encontré en el super con la señora de Regules, a quien hace muchos años ayudé a recuperar una valiosa colección de 14 / HÉCTOR CHILIBROSTE joyas, y con quien, de paso, viví uno de los episodios más lujuriosos de mi vida. Creo que alguna vez se los he relatado. La cuestión es que ella es ahora una viuda con mucha plata, sola y aburrida, y cuando nos encontramos, y nos reconocimos a pesar del mucho tiempo transcurrido, los dos sentimos una especie de clic, no sé si en la cabeza, en el corazón o en las ingles. Y bueno, pasó lo que tenía que pasar. Me llevó a su casa, revivimos lo mejor que pudimos aquellos viejos tiempos, y desde entonces no me ha dejado que la abandone. Así que ya ven, muchachos, que cuando menos lo esperamos encontramos quien nos endereza el cuadro. Lo felicitamos con sinceridad, al tiempo que sentíamos hacia él un nuevo respeto. Por supuesto que no le dejamos pagar el vino y los maníes, y aunque prometió volver en cualquier momento, nunca más lo hizo. Tal vez tenía miedo de que el cuadro se le volviera a torcer. PREMIO DE MALDITO GÓMEZ (DE LAS AVENTURAS GERMÁN VILLEMEL, EXPERTO EN FENÓMENOS PARANORMALES) Marcos Ibarra Todo lo que pase de acá en más, será responsabilidad de Gómez. Desde un conflicto en Sudan con crímenes terribles, o el desborde descontrolado del río Orinoco, o la brisa cálida derritiendo las cumbres del Himalaya, hasta esa caída de cabello prematura en Rita, acá en América del Sur. Naturalmente, todos creerán en otras causas, ya sean de tipo apocalíptico o industrial y probablemente solo yo sepa todo el tiempo, que fue la torpeza involuntaria de Gómez la que ha cambiado el curso natural de las cosas. * En mi registro del Códice de Borgia aparecía el Ludo de Marsán como el único instrumento mágico que habría ingresado en el anonimato del mundo de los objetos comunes. Primero robado y vendido a colec- 16 / MARCOS IBARRA 2° CONCURSO NACIONAL DE CUENTOS BREVES "PACO ESPINOLA" / 17 cionistas, luego otra sucesión de destinos que figuraban en una serie de datos –cartas, fichas de aduana, registros policiales y otros, que había acopiado con esmero durante largo tiempo– terminaban por indicarme que el objeto preciado estaría acá, en Pando, en una casa de antigüedades para nada famosa que era patrimonio de Don Félix Gómez, anticuario. * Germán Villemel… Experto en… ¿fenómenos paranormales? - preguntó Don Gómez sin quitar la vista de mi tarjeta de presentación. - Sí, suena raro… pero así es… -¿Ud. es algo de los Villamil de Zapará? - No, no… yo soy Villemel… - Ah!... buena gente los Villamil, y ¿en qué lo puedo ayudar? Sin entrar en los detalles mágicos, manifesté mi deseo de adquirir un objeto que según mi abuelo, el anticuario tenía en su acervo: el Ludo de Marsán; mostré un dibujo del ludo: una valijita no muy grande en cuyo interior había una grilla de papel y cuatro fichas similares a agujas de acupuntura incrustadas en lugares precisos. Contrariamente a lo que temía, el Sr.Gómez no inició una cadena interminable de preguntas, sino que buscó de inmediato un libro gordo, con tapas de cuero marrón muy gastadas y que era el inventario de objetos de la tienda. –Hay un detalle importante -indiqué a Gómez- las cuatro fichas están encastradas en la grilla en posiciones del juego equivalente a lo que sería un Jaque Mate en ajedrez… el valor de la pieza depende de que las fichas estén en el lugar indicado; son agujillas muy delgadas que están pinchando el papel. -–¿De veras? -Gómez me miraba con el ceño fruncido y su cabeza levemente inclinada hacia mí como a quien, costándole entender, le cuesta ver- veamos…, el precio en el inventario está sin actualizar… pero no dice nada de lo que Ud. habla. –Don Gómez, créame que el valor del ludo depende de lo que le he dicho; con las fichas en su sitio estoy dispuesto a pagarle U$S 1500, de lo contrario el valor es cero… Gómez me miró un rato con los ojos claros, espontáneos enfocados hacia los míos, y luego me propuso que regresara al día siguiente. * LUDO DE MARSÁN, sabios de la antigüedad jugaban a encontrar el equilibrio adecuado de los cuatro elementos -agua, fuego, aire y tierra- en una grilla de origen desconocido y cuyo material era de un papel raro que representaba el mapa energético del Universo; completaban el set unas delgadas agujas de metal precioso, posiblemente oro, que oficiaban de fichas y cuyas minúsculas puntas debían pinchar un punto exacto de la grilla de papel y quedar prendidas en forma perpendicular a ella. El último encuentro de los sabios del que se tiene registro, se llevó a cabo en el Monte Marsán hace 1987 años, y donde se habrían dispuesto las fichas de manera de significar un equilibrio casi perfecto que aseguraría la vida armónica de la Tierra. Una serie de rituales que se llevaron a cabo en el Templo Mayor, conectaron esas posiciones del ludo con las energías madre del Universo. Quien modifique la posición de las fichas, modifica el pacto. Solamente los sabios pueden intervenir en este ludo y solamente el rito en el Templo Mayor sella el pacto que los sabios establezcan, no obstante, cualquier persona, sabio o pagano, puede modificar este estado de cosas, ya sea destruyendo el Ludo, o simplemente alterando las posiciones de las acu-fichas. El ludo fue ocultado entre vasijas, collares y otros objetos menores en el Templo Mayor para que pasara desapercibido. Una vez desmontado el Templo Mayor, los objetos se fueron diseminando entre familias poderosas, anticuarios y traficantes de diversas partes del mundo. El Ludo llegó a Pando en manos de un contrabandista de objetos antiguos quien lo vendió a la Casa Gómez. Hasta aquí llegaba el escueto resumen del Ludo de Marsán y su destino, que había logrado anotar en mis registros. En el Colectivo de Expertos en Temas Paranormales (CETPA), teníamos como uno de los objetos de trabajo, investigar y descubrir este Ludo. Gracias a la tecnología avanzada y el estudio preciso de materiales del ritual, estábamos en condiciones de analizar un nuevo movimiento en las fichas 18 / MARCOS IBARRA 2° CONCURSO NACIONAL DE CUENTOS BREVES "PACO ESPINOLA" / 19 que restablecería las condiciones ideales de vida en la Tierra por varios milenios más. Un mal movimiento de las fichas o un error en el ritual, traería aparejada la gradual destrucción a partir del clima, movimientos telúricos, pestes y disturbios en la psiquis humana que llevarían a la especie a su autodestrucción de maneras atroces y raras. Éramos los nuevos sabios, sofisticados programas de computación garantizaban el siguiente movimiento de las fichas en la grilla; con la guía de los manuales que fueran actualizados por expertos, estaban aseguradas las condiciones de forma, días, horarios, temperatura y lugar donde se haría el ritual que completaría el juego. Mi hallazgo del Ludo, había sido la mejor noticia para nuestro grupo de estudios y ya todos estábamos preparándonos para iniciar nuestra anónima salvación del planeta. * El cabello de Rita se desprendía en mechones amarillos mientras la niña berreaba en un ataque de histeria. El repentino disturbio emocional de la nieta de Félix Gómez, retuvo al viejo en su casa ubicada en los altos del anticuario y donde vivían cuatro generaciones de los Gómez. Mientras esperaba en la puerta, percibí un olor rancio que provenía, indudablemente, de la tienda. Gómez apareció con llave en mano y me explicó brevemente el malestar de su nieta mientras abría la tienda y el olor rancio se hacía más intenso. Sobre el mostrador estaba la valijita que de inmediato reconocí como el Ludo de Marsán. –Mire –comenzó a decir Gómez apoyando una mano sobre la valijita– llévese esta porquería lo más pronto posible… ¡no sé qué es ni quiero saber nada! –y rompió a llorar con estertores. Traté de calmarlo, de entender, miraba la valijita luego al viejo, luego alrededor, el olor se tornaba pestilente y el viejo no dejaba de llorar, ahora ahogándose en lamentos. Luego, cayó fulminado por un paro cardíaco. * Don Gómez encontró el ludo en un baúl arrumbado en un rincón del depósito que estaba en un sótano debajo de la tienda. Sopló para quitarle el polvo y luego pasó la palma de su mano. Era roble con incrustaciones en marfil negro que más que adornar, perecían signos de cierta escritura rara. El viejo abrió la caja y vio cuatro agujas muy delgadas y de un metal que parecía ser oro, clavadas en un soporte de papel en el que estaba dibujado un complejo ramal de líneas, puntos y signos. Una rara seducción mantuvo a Gómez observando el objeto mientras lo llevaba hasta arriba, hacia el mostrador. Ni bien emerge del sótano, tropieza con su nieta Rita que lo esperaba comiendo una manzana. La cajita se desparramó por el piso y las agujas se desprendieron. El viejo y la niña buscaron afanosamente de rodillas hasta encontrar una a una las agujas. Luego el viejo las instaló más o menos donde recordaba haberlas visto, dispuso todo otra vez dentro de la valijita, la cerró y la dejó en el mostrador, donde estaba cuando la vi. A la madrugada la niña despertó con sus ataques, un olor pestilente se instaló en la tienda y jamás pudo ser quitado ni tampoco se supo de dónde provenía. El Ludo ya no servía. PREMIO FUE JULIA Magdalena Miller “Al este y al oeste, llueve y lloverá una flor y otra flor celeste del jacarandá.” Aprovechó la hora del almuerzo para escapar de la oficina y visitar a su amante. Celina vivía en una casita acogedora de una calle tranquila y florecida. Las veredas estaban regadas de flores violeta pálido, flores pegajosas que volaban desde los jacarandaes y aterrizaban en el cemento. La calle entera se volvía lila, excepto por algunos parches acá y allá que despejaban las escobas de los vecinos. El pedacito de vereda de Celina siempre era uno de los más limpios. Por eso le extrañó ver que los pétalos manchaban la entradita a la casa. También le extrañó que el portón verde estuviera abierto. Tal vez Celina se había sentido mal y no había barrido ese día. O podría haber salido. A veces tenía que hacer algunos viajes a conferencias de laboratorios por su trabajo de farmacéutica. Pero era raro que no le hubiera avisado. Sacó la llave que Celina le había dado y la introdujo en la cerradura. Descubrió que la puerta no estaba trancada y lo aguijoneó la intranquilidad. Entró a la casa. No parecía haber nadie, pero el aire estaba pesa- 22 / MAGDALENA MILLER 2° CONCURSO NACIONAL DE CUENTOS BREVES "PACO ESPINOLA" / 23 do con una presencia inquietante. Llamó a Celina y sólo le contestó el silencio. Recorrió la sala y se dirigió a la cocina, con el pulso cada vez más agitado. Ahí estaba Celina. Le costó entender que estaba muerta. Parado en el umbral de la puerta la contempló durante unos segundos en los que se olvidó de respirar. No se le acercó, sólo la miró envuelto en un asombro terrible, golpeado a la vez por el desconcierto y la repulsión. Celina tenía los ojos abiertos, secos, que miraban sin ver hacia el cielorraso. Los ojos perdidos que buscaban a Julia, que la llamaban para acusarla. Los dedos, inertes y torcidos, querían enderezarse para señalar a Julia. Tenía la boca abierta, los labios habían perdido la humedad, la lengua no podía moverse para gritar: “¡Fue Julia!”. Del pecho se le había desparramado la vida, que ahora corría en rojo líquido por entre las baldosas del piso, la bala enterrada en el corazón que había disparado el gatillo de Julia, el dedo de Julia, los macabros celos de Julia. Celina era sólo un resto de alguien, era un cuerpo alguna vez hermoso que ahora delataba a Julia. Celina era un cadáver, y aunque quisiera proclamar con todos sus gestos de víctima que su asesina era Julia, él no podía adivinarlo porque la muerte la había enmudecido para siempre. Cuando hubo asimilado la triste escena de la cocina salió despavorido de la casa, lleno de dudas y de miedo y de dolor. Dejó la puerta abierta para que alguien más la encontrara y se alejó lo más que pudo de esa casa teñida de sangre, de esa calle violeta en la que moría Celina, moría su amante, moría su idilio. Pensó en lo que había sido Celina, en sus años ya no jóvenes, en su amor ya no joven, en su fidelidad a pesar de las injusticias que cometió con ella, a pesar de estar casado, a pesar de verla sólo dos o tres almuerzos por semana. Se le hinchó el pecho de lágrimas que no podía soltar y se atoró con el nudo que le ahogaba la garganta. Se odió por mantenerla en secreto tantos años, por prometerle tantas cosas que nunca cumplió, por jugar con su absoluta devoción y dejarla marchitarse sola mientras esperaba sus visitas cada vez más esporádicas. Celina había sido hermosa y todavía lo era, a pesar de sus años. Merecía mucho más que lo poco que él le había dado y sin duda no merecía esa despedida ensangrentada. Caminó por la ciudad con el horror en el rostro, hasta cerca de las seis. Siempre volvía a su casa a las seis. Trató de esconder la pena y la culpa tras una pálida fachada. Su mujer le preguntó cómo había estado el trabajo, achacando su pesadumbre a las complicadas jornadas de oficina, moneda corriente de su irritación y mal humor cuando llegaba a la casa. Le preparó una cena exquisita que él tragó como un autómata. Ella se desvivió en atenciones, como siempre lo hacía, pero sin lograr arrancarle más que un solo “gracias” escondido en un murmullo ausente. Apenas acabaron de cenar trató de lavar la repugnancia y el espanto en una ducha eterna que apenas le empañó un poco el alma de falsa insensibilidad. Todavía no había empezado a preguntarse de quién había sido la bala que le había perforado el pecho a Celina, ni porqué, ni si él tenía que temer un final parecido. Seguía aletargado por la pavorosa imagen de Celina tirada con el alma volcada en charcos sobre el piso frío de la cocina, Celina con el tórax abierto en sangre, Celina con la piel transparente y helada, Celina con los brazos lánguidos que nunca más acariciarían a nadie, que nunca más lo abrazarían a él. Resignado a la pesadilla, se metió en la cama. Su mujer ya estaba ahí, con una novela como preámbulo del sueño, calentando las sábanas que le parecieron de hielo. Apagó la lámpara, cerró los ojos y otra vez Celina muerta, otra vez Celina mojándose el pelo en sus propios glóbulos rojos, otra vez su cara triste y blanca y llena de una paz irreal envuelta en la confusión de ver acercarse su muerte a la velocidad fugaz de una pizca de plomo certero. Se alivió cuando despertó y las pestañas se le separaron y se encontró en ese cuarto tan conocido, lejos de lo que ya no era Celina, sintiendo el roce suave de las piernas de su mujer que seguía abstraída en el libro. Reconoció los pesados muebles, su ropa sobre el sillón, doblada con una prolijidad obsesiva, la de su mujer desperdigada por la habitación, el vestido hecho un revoltijo en la silla, las joyas esparcidas en la cómoda y el estante, el pañuelo colorado colgando descuidadamente del espejo, los zapatos desparejos donde cayeron sobre la alfombra. 24 / MAGDALENA MILLER Su mujer apagó la luz y se recostó contra su espalda, abrazándolo desde atrás y susurrándole buenas noches. Él percibió que un escalofrío le recorría la piel, mientras recordaba el zapato rojo y sentía esas manos que lo acariciaban, ese cuerpo que se le pegaba, y pensaba en el calzado de su mujer, en ese taco aguja rojo escarlata con la flor clavada en la punta, la flor pringosa, de un celeste violáceo, que le llamó la atención mientras observaba el cuarto, y los dedos de su mujer se le enroscaron en el pelo, haciéndole caricias sutiles, y él veía en su cabeza cómo los dedos de Julia se enroscaban en el arma, y no tuvo que abrir el cajón de la mesa de luz para saber que faltaba una bala, para descubrir que había sido su propia pistola la que disparó contra Celina, para entender que esos dedos de su mujer, esos dedos de Julia, habían oprimido el gatillo, esos zapatos de su mujer, de Julia, habían caminado por la calle lila, y esas mismas manos de Julia que lo abrazaban ahora estaban manchadas con la vida de su amante. Y la verdad se hizo nítida, contundente, acusadora, se le despejó la razón de toda duda y se le paralizaron los latidos cuando imaginó el cartucho de la sexta bala vacío, cuando esos dedos asesinos reptaron por su espalda, cuando volvió a pensar en la flor de jacarandá pegada al stiletto, la prueba simple y delatora, ese minúsculo manojo de pétalos violetas que hizo que el pensamiento estallara en su cerebro como una frase categórica: “Fue Julia”. MENCIÓN DESVÍO Laura Alonso Entró a la mansión sin saber muy bien porqué. Los postigos desmembrados lo llamaron. El silbido del viento canturreaba en la lengua del diablo. No había sol. Nunca había sol. La mansión tenía la vocación de un gris caído del mismo cielo. El hombre fue atrapado en el camino, entre la puerta trastornada y la verja oxidada por humedades añejas. Miró a los cuatro puntos cardinales y no preguntó nada. Más bien calló más fuerte que otras veces. Los pájaros estaban ausentes de risa. El jardín era bruma de muertos, aquellos habitantes invisibles de la mansión. Miró la puerta. La siguió. La oscuridad del hall, alguna vez vestido con jarrón de flores, le cegó la soledad doblemente. Viento, todo viento. Madera a punto de morir. Cáscaras de cielorraso. Él estaba ahí, viviendo su muerte anticipada. Recordó algo sobre otro hombre igual a él que peregrinaba por pasillos de conventillos buscando una baldosa rota como chiste del Universo. Sin embargo, aquí no hay nada. –Y sin embargo estoy–, pensó. Caminó dudando por la gran sala de estar. El empapelado había hecho su propia obra de arte entre grietas y colgajos. Un enorme azogue embadurnado de mugre lo reflejó en negro. Allí la escalera, allí las habitaciones de servicio. Tal vez, la vieja cocina con restos de pan agusanado. 26 / LAURA ALONSO 2° CONCURSO NACIONAL DE CUENTOS BREVES "PACO ESPINOLA" / 27 Alguna vez, fiestas de gala entraron, dejaron sus abrigos. Imaginó una corrida de niños o una siesta sin pasos. Un palimpsesto dibujado en la decadencia de los muros. El hombre recogía, cosechaba posibilidades. Salón y puntillas. Un piano negro–blanco abandonado por la música, arrinconado contra una pared. Las manos de una adolescente desarmando a Mozart. Manos de años donde el tiempo parece no pasar. Un día, se cierra violentamente. El piano no recibe más amor. Está en abandono hasta que el hombre lo observa. Se quita los guantes rápidamente y quiere saber. Toca, toca hasta ver. La señora callaba en una enfurecida sinfonía. Se sometía hacia adelante inundando las teclas con el busto. El hombre se apoderó e interpretó la música posible. Salta una nube de polvo en los entresijos del elefante quejumbroso. Corría una sirvienta con un vasito de agua –¡La señora se ahoga!–. El hombre tose de tanta mugre, pero no alcanza a tomar líquido ninguno. Dicen que esa noche el señor ingirió veneno. Los niños se habían quedado solos. Mira hacia la pared y ve caídas. Sube porque los escalones provocan. El pasamano alguna vez había sido lustrado por una muchacha joven que había venido del campo traída desde la estancia. Bastarda hija de bastarda, de ojos con horizonte línea. Se le llenaron los dedos de más rastros de pelusas y bolitas oscuras. Intuye el desván. El señor colgado de una viga. Tensó la cuerda al aire, tiró con un nudo para darle peso. Cuando la tuvo del otro lado hizo el lazo. El hombre se toca el cuello. –Una incipiente contractura–, dice en voz baja La señora llorando de negro. Más atrás, niños en enaguas. Tiempo y polillas. El hombre se quita el sombrero, la saluda con cara pertinente. Algo subvierte los sonidos. Advierte: el señor, tal vez, no se ahorcó. Mató a la mujer y allí comenzó el fin de la mansión. Quizás perdió todo en noches de casino. O simplemente se fueron un día, sin ninguna explicación. Tomaron sus valijas y baúles con la ropa y los enseres, y huyeron. Piensa que se hace tarde, que tiene que salir de allí. Que lo espera en casa su gato, junto a la estufa. Cierra los ojos y los vuelve a invocar. Entra en el pasillo jugando con las puertas. La más importante. Esa habitación matrimonial que tuvo su existencia. Estudia la angostura para arribar a alguna conclusión. Seguro, de frente. Allí, al fondo, donde yacen las cosas. Se acuerda del cementerio. Delante, la entrada. Atrás los tubularios, los anónimos. Seguro que los niños duermen. Están en paz. Tienen toda la vida por delante, dice la gente. El primer dormitorio tiene los postigos con pocas averías. Sólo haces de luz. No hay casi viento. El camastro es un colgajo sin patas. El niño sueña con planos inclinados. Se desliza. Ríe. –¿Le apetece un puré?–. Mira para atrás. Otra vez a jugar a los dados con el pasillo. Dos, tres, fondo. El baño principal tiene olor a rata. El óxido lo come todo. Secretos y discreciones. Lo más mundano. Es igual que cualquier baño. Todos somos reales. Gotea el grifo quién sabe cómo. El hombre imprime ese ritmo raro en su cabeza. Piensa en aparatos. Mecánica y fluidos. Una forma de tiempo líquida. Direcciones atravesadas y discordantes. El baño marca la persistencia de las horas. Una especie de igualdad efímera. ¿Una utopía? En la bañera el lecho del hombre, pensando en su fortuna. El de la mujer bañada en su desnudez estrenada con cada ritual matinal. Supo que allí poco importaba. Allí era igual que afuera, igual que siempre. En la habitación principal yace un lecho de hierro con un colchón manchado y hediondo. El hombre se acuesta en él. Cierra los ojos. Trata de descifrar como fueron los hechos. Abre sus narinas e inhala tiempo. Piensa en la señora. En su juventud de gasas y perfumes. En la noche que dejó el charquito de sangre y supo de la locura y el nirvana. Todos los niños empezados allí. Tres. Uno muerto a los cuatro días. Uno Caín y otro Abel. Una enorme andanada de casos siniestros. –Muerte por lujuria, muerte por castidad– ¡Muerte, muerte! No hay un lugar así y sin embargo el cuarto exige. 28 / LAURA ALONSO El señor le inventa cosas a la mujer. Ella hace lo mismo. La gente no habla. Los periódicos trastocan y divierten. El hombre se calla. Es el dormitorio, el amatorio, el odiador. Aquí todo es intensidad. Bichos de la jungla. Una certeza se cae, se vuelve a caer, se vuelve a caer. Ellos se penetran. El hombre siente una erección involuntaria. Le excitan los pechos de una rubia que ha visto de tanto en tanto. Ellos se quejan, se discuten, se incineran. El hombre no puede evitar masturbarse. El señor le besa los pezones. Ella babea. El hombre mancha de blanco el colchón marrón de variaciones. Siente cansancio. Comienza a dormirse. Las dimensiones de la casa lo arrullan. El señor duerme pesado. La señora, a veces, toma pastillas. Los niños duermen en paz. La casa duerme en paz. Cae y sueña… Miró a los cuatro puntos cardinales y no preguntó nada. Detrás, algo quiebra la hojarasca. Tal vez una rata o una liebre. Sigue andando, sin interrogarse. Ya nada vale la pena. El tiro de gracia llegó por la espalda. La mansión se vino abajo. MENCIÓN INFIDELIDAD Camilo Baráibar Ahora mismo muestra el culo adrede y se lo manosean con la mirada. El que se la está chamullando ansía sus tetas y le hace una propuesta, indirecta primero, como zonceando, para ver hasta dónde va, hasta dónde puede cinchar de la cuerda del coqueteo. Van tomando vino o algo rojo adentro de un vaso, que se supone tiene alcohol o querosene o lo que sea mientras sirva para sacarse la vergüenza de lo que uno es, lo que sea mientras sirva como excusa para hacer estupideces, distintas a las estúpidas cosas que se hacen en la rutina estúpida. Ella aclara que tiene novio, dice mirá que tengo novio y marca el límite, pero a la vez lo desmarca con otra broma con doble sentido, agarrando otro comentario para el lado de los tomates, o con esa mano que toca el torso confianzuda. Ella le está diciendo que no pero le dice que sí sin saberlo. Él ni parpadea por ver cuán borracha está, por ver otra insinuación, otra palabra patinada, otra manito en su pecho. Piensa en encajarle un beso de sopetón. Ahora no pierde de vista sus labios, acerca la cara, ella se aleja un poco y en seguida toma otro trago de esa sustancia colorada. Todo parece más penumbroso ¿es que caminaron a la oscuridad sin darse cuenta? ¿Alguien habrá bajado las luces? ¿O será que por verse tanto ellos ya no pueden ver con nitidez el resto del baile? 30 / CAMILO BARÁIBAR 2° CONCURSO NACIONAL DE CUENTOS BREVES "PACO ESPINOLA" / 31 Ella lo mira. Sus ojos, sin que ella los mande, se fijan en las piernas de él, en su entrepierna hecha una carpa; imaginan esa espalda transpirando, ese culito amasado por sus manos. Ella siente la humedad entre las piernas. Esa humedad. No entiende cómo la está sintiendo tan rápido, justo con él, justo ahora. Él es lindo, hay que decirlo: esa boca, ese pechito, esas piernas, ese péndulo erecto, esa bragueta que salta como un perro por su comida. Pero no se puede, aunque las ganas digan que sí es no. No hay que dejar que se acerque más, pero ¿cómo evitarlo? ¿Para qué? ¿Por qué negarse al placer de tenerlo a sus pies? Él apoya un brazo contra la pared enjaulándola desde un costado, se arrima, la tiene casi cercada; con la excusa del ruido ella también acerca a su cara. Cuando se cruzan las palabras las bocas se cruzan. Él tiene más alcohol y se lo dona. ¡Qué caballero! Se va a emborrachar, por eso va a ceder, va a ponerse dócil, manoseable como la arcilla. Las amigas no están. Los amigos se fueron. No queda otra que seguir charlando. Tus amigas se deben estar divirtiendo de lo lindo, dice él, acerca la cara, la boca entreabierta. Ella sonríe levemente, mira a los costados. Voy al baño, dice, va a huir por el costado libre pero el otro brazo de él se interpone, la encierra. No, no vayas, dice él y le encaja un beso de sopapa. ¬¿Qué hacés, estúpido? Tengo novio. Hice lo que los dos deseábamos hacer, argumenta él, guardando esa lengua de pegaláctico. Le acerca otro vaso de ese loco líquido rojo. Ella lo toma para tener la boca ocupada y evitar otra arremetida o para borrar las evidencias de la infidelidad. Me voy, me voy, intenta ella. Él le abrocha la cintura con esas manos ladronas de todo lo que tocan. Otro beso con su complicidad. Y otro. Y ya que se está en el baile... Y otro. Total, el mal ya está hecho. Y otro. Y otro. Y otro. Él baja la mano, acaricia el melón fofo y excitante. Él es diplomado en dar caricias. Máster en seducir princesas y dejarlas sapos. Es el príncipe hecho rey. Ya la tiene. Las palmas de sus manos impondrán el rumbo de la lujuria de la noche. Y ahora tocan, son taxis circulando en la autopista de su cuerpo. Estacionan, desvían, recorren piernas como bulevares, semáforos en verde, en amarillo, en rojo. Ella no supo decir no en el momento adecuado, así que tampoco lo dirá ahora. O lo dirá sí. Pero serán no sin volumen, sin importancia, sin autoridad para negar nada, sin calidad de no, sin dignidad, serán sí disfrazados, serán eufemismos de sí, serán nuevos sí, más combustible para el motor de la aventura. Vamos a otro lado dice él, ella dice no, o sea sí, se van, ya se fueron. Los dedos violan los límites de la vestimenta como latifundistas enloquecidos por desalambrar sus campos. Las lenguas son babosas veloces como ratas por los cuellos. Él es un guía turístico que le hace recorrer el monumento a la sangre electrificada, el obelisco del calor púrpura. Como Batman y Robin por el batitubo, así bajan los pantalones por sus piernas, las de él, por sus piernas, las de ella. Susurra una advertencia ella. Obedece él. Oportuna profilaxis de bolsillo. Entonces ella retoma su estado de inconsciencia consiente, su licencia a la neurosis compartida, a la frustración hecha semen, a las charlas amargas de culpa de dos plazas, a la dictadura del pensamiento hostil, obstaculizante, castrador. Ahora sus labios succionan al extranjero engomado. Resoplan a dúo, sufren a dúo el placer, sudan a dos tintas por todos los remiendos de la piel. Anulan toda sinapsis, todo recuerdo de la moral burguesa, de la monogamia imbécil, del delito inventado; anulan todo recuerdo de ese laberinto que los atrapó y que construyeron, que odian pero que reciclan, de ese veneno que maldicen pero que comen en cada refuerzo. De no matarlos, de no avasallarlos de placer, esos pensamientos se levantarán como palomas engreídas, como momias de los roperos, como arañas que fingen la muerte propia para matar al homicida que falló; se harán sentir como astillas en el gozar, como dolor en pequeños sacos, como acidez en el fondo de la boca. Pero ellos anulan esos pensamientos. Él la introduce con lenta dulzura. Con la lenta dulzura que puede tener un mamífero frente a la hembra siempre ansiada, semidesnuda, regados de alcohol, en un rincón oscuro de un baile de facultad; con la lenta dulzura de que es capaz cuando la tiene para él solo, cuando la tiene para él solo y su miembro, cuando la tiene para su miembro; cuando la está por tener pero hay ruidos y voces. 32 / CAMILO BARÁIBAR Ella pega un gritito, gimen ambos. Un guardia los descubre a cien grados de temperatura. Los hace vestir. No los mira. No toca el pezón que se asoma. No apaga un cigarrillo en la nalga de él. No se burla. No hace un comentario sarcástico. No es estúpido. Simplemente los hace vestir y se queda callado. Les hace sentir que su lujuria no quedará impune. Que hay ojos y bocas que juzgan y pueden publicar lo visto. Que hay un par de ojos que los está mirando. Esos ojos les ven su ridiculez, su arrepentimiento estéril, su calentura inconclusa, sus pieles prostitutas; esos ojos los ven infieles, cobardes, escondidos de sí mismos, otra vez en el laberinto, traicionando la vida anterior a ese instante, cagándose en todo lo dicho y pensado antes, haciendo trizas todos los proyectos, todas las promesas, todas las caricias con dulce de leche. Esos ojos los están mirando. Esos ojos los ven. Esos ojos son sus propios ojos. Esos ojos no son los míos. Yo era el guardia. Yo era el novio. Pero yo no los vi. MENCIÓN WANDA Norma Blanco 22 de diciembre de 2005 Braulio abrió la puerta del apartamento. La casa lo recibió con el duro silencio que agobiaba las habitaciones desde lo de Esmeralda. Separó apenas los labios y respiró un poco más profundo, como si con la llegada de mayor cantidad de aire a los pulmnones, adquiriera la convicción que necesitaba para entrar. Cerró la hoja de madera reseca, soltó de golpe el picaporte y cuando sacó el llavero del bolsillo, notó que en el ambiente había algo distinto. Puso la llave prestando atención a un sonido discontinuo que le llegaba desde el corredor junto a la cocina. –¡Claro! ¡por Dios! Es la alarma del contestador automático– se dijo mientras apoyaba la bolsa de la compra diaria en el piso de parqué deslucido. Con la boina en una mano y sin siquiera sacarse la gabardina, dirigió sus pasos hacia la repisa desde donde el teléfono lo atraía como un imán. Se detuvo indeciso frente al aparato con la mirada perdida en el número que titilaba en rojo. Entornó los párpados tratando de buscar algo de coraje dentro de sí. Sin embargo, dio medio vuelta y entró en la cocina dispuesto a servirse un café. Distraído, casi con torpeza, escanció el líquido oscuro en una tacita diminuta. Dos medidas de azúcar y revolver... revolver... revolver siguiendo con la mirada los giros de la cucharita y la certidumbre rondándole en la cabeza de que la llamada no podía ser más que de Wanda. El hubiera preferido que ella viniera personalmente a arreglar lo del nuevo semestre. 34 / NORMA BLANCO 2° CONCURSO NACIONAL DE CUENTOS BREVES "PACO ESPINOLA" / 35 Pero... bueno... si la joven deseaba hacerlo por teléfono, al fin de cuentas, él no tenía por qué alarmarse de esa manera. La cobardía nunca había sido una característica de su temperamento. Solo que... ahora los años, tantos años como tenía, le pesaban mucho. Wanda había estallado en su vida quieta con la fuerza con que se abre la semilla esparcida cuando la entibia el sol, después de la lluvia. Wanda, que se presentó una tarde a su puerta diciéndole de buenas a primeras: –Maestro, quiero tomar lecciones de música. Y, desde ese mismo instante su vida había adquirido por arte de magia el matiz brillante y el olor dulzón de la primavera. Wanda, que era el último reducto de su larga docencia musical. Esa graciosa jovencita de “jeans” ajustados y “suéters” estrechos que formando parte de una generación fanática, casi por entero, a los instrumentos eléctricos, expresara con simpleza: –Quiero aprender a tocar la viola. La viola... adorada criatura, el instrumento de menor categoría de las cuerdas; era imposible que una joven se interesara en su ejecución, ¿quién dice imposible?, no ¡era maravilloso! Desde todo punto de vista maravilloso, porque para ello había que desprenderse del más mínimo afán de lucimiento. La viola es un instrumento apagado que nunca podría tener el protagonismo de un violín, la dulzura de un violonchelo o la majestuosidad del imponente contrabajo. Y ahí estuvo Wanda en el último año, tres veces a la semana aprendiendo con ahínco a ejecutar la viola, en un antiguo ejemplar heredado de su bisabuelo milanés y haciendo que para él se hubieran abierto las puertas del paraíso. Esas clases semanales sirvieron para que dejara de pensar a toda hora en la última crisis cerebral de su mujer que la había convertido en un montoncito de huesos depositados sobre la cama. Si hasta parecía que se habían reducido los cuatro años de su solitaria dedicación al cuidado de Esmeralda. Cuando los dedos esbeltos y largos de la joven que asemejaban una prolongación del arco, pulsaban las cuerdas con destreza y picardía en algúna “pizzicato”, él se sentía flotar ingrávido en el aire; olvidaba entonces la falta de calefacción en los días crudos de invierno, las paredes descascaradas, el vientre otrora estéril de Esmeralda y hasta la angustia que le producía la certeza de que jamás podría “levantar” la hipoteca que pesaba sobre su apartamento. Braulio sorbió otro poquito del líquido caliente, lo sintió bajar por su pecho y se le ocurrió pensar : “que si fuera capaz de leer el futuro en la borra del café, no necesitaría atreverse a pulsar el botón del contestador”. Era raro sentir tal prevención frente a un aparato tan inocente; pero su temor iba más allá, calaba más profundo. Una tímida presión ejercida por el dedo índice le trajo la vocecita de Wanda: – Maestro, decidí no tomar más lecciones. Dice el Beto, mi compañero, que si tengo tanto oído musical como usted asegura, estoy perdiendo el tiempo con esas antiguallas. Que me compre un teclado que es facilísimo de tocar. Un día de éstos paso a saludarlo. Adiós. El hombre casi no escuchó las últimas palabras porque un deseo irreflenable de escapar se había apoderado de su cuerpo. El galope violento que sentía en el pecho y le martillaba en las sienes no le dejó oir, cuando pasó frente al dormitorio, que Esmeralda “barritaba” para llamar su atención. Afuera el atardecer había borrado el sol y un viento de origen incierto se arremolinaba en la calle. Hojas secas y bolsas de nailon arañaban la vereda y dejaban surcos oxidados en su propio corazón. Cuando sintió la cara mojada, cayó en la cuenta de que no traía paraguas y que, ni siquiera, se había puesto la boina. La humedad de las mejillas le bajó hacia la comisura de los labios y notó que, extrañamente, esta vez, la lluvia tenía un fuerte sabor a sal. MENCIÓN POLÍTICA DEPORTIVA Daniel Campodónico (Recupera la pelota en su campo y sale a toda velocidad, elude a uno a dos y sigue cruza la mitad de la cancha le sale un marcador ¡opa, que cañito! se aproxima al área le sale el golero y…) ¡Gooool! Corre el niño festejando, con los brazos abiertos la frente en alto y los ojos cerrados; por un momento olvida que está solo, conmigo y un monumento, en esta plaza de Kiev, como único espectador. De reojo miré al juez de línea que tiene la bandera baja, tomo aire y !priiiiiip!, sueno mi silbato señalando el medio campo, validando el gol. Mientras corre el jugador festejando, con los brazos abiertos la frente en alto y los ojos cerrados; yo saco mi libreta y apunto: Dinamo de Kiev 1, Selección Alemana 0. Y doy la orden de reanudar el partido. –¡Te lo juro Dimitri, yo grité aquel gol como nadie en ese estadio! Imagináte, era la Segunda Guerra Mundial y los nazis habían tomado esta ciudad. Quince días después organizaron el clásico partido: Selección Alemana contra el campeón local, mi cuadrito. ¡Y los alemanes tenían que ganar! Aquello de la raza superior y que sé yo, además ni te digo de qué calabozo sacaron a varios de los jugadores. Con ese 1 a 0 les metimos el dedo en culo, y no veas que malos se pusieron, hubo que aguantar la andanada: pelotas en el palo, el defensa en la línea, el golero al corner pero al final, terminó el primer tiempo y mi Dinamo ganaba 1 a 0. (¿Cómo se lo digo a mis colegas?) pensé mientras abría la puerta del vestuario de jueces, con las palabras bien frescas de aquel capitán al 38 / DANIEL CAMPODÓNICO 2° CONCURSO NACIONAL DE CUENTOS BREVES "PACO ESPINOLA" / 39 frente de la ocupación: ¡Colabore con el régimen o los fusilamos a todos! No comenté nada con los líneas; no pude. Y así doy inicio al segundo tiempo, sospechando que a los jugadores del Dinamo los habrían amenazado como a mí. –Podés creer, Dimitri; que el desgraciado del juez, ni bien comenzó el segundo tiempo, inventa un penal que no existió. Pasó hace treinta años o más, pero lo recuerdo clarito, todo el estadio abucheaba y el alemán…. la clavó contra el palo. Fue el 1 a 1 por regalo del juez. Comienza a nevar; pero el niño parece no notarlo y sigue jugando, solo, con su pelota en la plaza. La toma con ambas manos y la apoya en el suelo, cinco pasos de carrera y remata una suerte de tiro libre. Como el arco está en su imaginación, no se si lo metió o lo erró, pero lo cierto es que a pesar del frío, tajeante, se saca la camiseta y la revolea festejando el gol. (Maldición, me traiciona la costumbre y pito una falta al borde del área en favor del Dinamo; igual si lo mete se lo hago patear de vuelta) pensé mientras observo al jugador colocar con ambas manos la pelota en el suelo, tomar 5 pasos de carrera y rematar el tiro libre. La cuelga de un ángulo. –¡Priiiiiiip! –Hice sonar mi silbato. Todo el Dinamo me reclama. El estadio me insulta… –Y el vendido del juez anuló ese golazo; si no lo mataban los nazis, lo íbamos a matar nosotros. Para colmo de males, comenzó a nevar. Pero, ¡mirá Dimitri!, aquel jugador volvió a tomar la pelota con ambas manos y la colocó de nuevo, en el mismo lugar. La barrera se ubicó a la misma distancia, tomó sus cinco pasos de carrera y volvió a rematar el exacto y mismo tiro libre. Ese jugador, podía meterlo veinte veces más de ser necesario, y el juez no tuvo otro remedio que cobrarlo. –¡Priiiiiip! –soné mi silbato validando, ahora si, el tanto, y a pesar del frío, tajeante, el jugador se quita la camiseta y la revolea festejando el gol. En un intento por calmar a los alemanes, le muestro la tarjeta roja por festejo indebido. Saco mi libreta y anoto: Dinamo de Kiev 2 – Selección alemana 1; expulsado el nº 7 del Dinamo. –Y el juez nos dejó con uno menos, pero no importó. Ese partido se jugó a muerte y mi cuadrito ganó 2 a 1. Ni bien termino el partido, los nazis pararon a los jugadores del Dinamo en el centro de la cancha, y con todo el estadio mirando, menos yo que me tape los ojos, los fusilaron con las camisetas puestas. No aguanto más el frío y no me explico como este niño, puede seguir jugando, solo, frente a un monumento de once tipos con una placa debajo, que no sé qué dice en ruso. MENCIÓN LA VIDA DE UN VIAJANTE Héctor Chilibroste A pesar de que ya casi había anochecido, el calor seguía siendo abrumador; de regreso al hotel, Pereyra se sentó a una mesa en la vereda del bar La Calandria, dispuesto a tomarse una cerveza bien fría y a hacer un balance de la actividad del día. Odiaba los viajes al norte en pleno verano. Estaba convencido de que la semana que elegía para hacerlos coincidía siempre con la de mayores temperaturas del año. Había pasado toda la tarde en La Coruñesa, que era uno de los almacenes más grandes de la ciudad, y uno de sus mejores clientes. Con don Matías Oroviejo, el dueño, habían recorrido la voluminosa lista de precios, desde el aceite hasta los zapallos en almíbar. Sonrió al recordar la dificultad que había tenido para explicarle al viejo gallego el tema de las docenas de quince unidades, esa novedad que el flamante gerente comercial había incorporado para incentivar las alicaídas ventas de algunos artículos. Con irrefutable lógica, don Matías sostenía que si eran quince no eran una docena, sino una quincena o como coños se llamase, y fue inútil que Pereyra tratara de explicarle cómo funcionaba la cosa haciéndole ver que era muy sencillo, que se facturaban doce pero se entregaban quince, a lo que don Matías le respondía que, en ese caso, lo que le estaba ofreciendo era cobrarle quince al precio de doce pero de ninguna manera docenas de quince unidades, que no existían ni aquí ni en la China. Esta pequeña diferencia, en todo caso, no había impedido que don Matías le hiciera un pedido importante que le reportaría una buena 42 / HÉTOR CHILIBROSTE 2° CONCURSO NACIONAL DE CUENTOS BREVES "PACO ESPINOLA" / 43 comisión, la que se entretuvo en calcular a ojo mientras recorría el talonario de pedidos. Después de un rato, sin embargo, decidió no pensar más en el laburo, ni en los doscientos kilómetros que lo esperaban al día siguiente. Cuando llegó al hotel Universal y fue a retirar la llave de su habitación, lo sorprendió la ausencia del empleado de la recepción. Después de esperar un momento golpeó las manos repetidas veces, hasta que finalmente vino a atenderle una persona a la que no conocía. Era un anciano de una palidez enfermiza y aspecto cansado, que se desplazaba con lentitud. –La llave de la veintiuno, por favor –dijo Pereyra. El hombre lo observó con una expresión casi hostil. Luego le alargó la llave, con mano temblorosa y sin pronunciar una sola palabra. Sus ojos permanecían fijos en los de Pereyra con tal intensidad que éste se sintió levemente molesto. El recuerdo de esa mirada lo acompañó mientras subía, intrigado, hasta la habitación. No había terminado de acomodar sus papeles cuando golpearon a la puerta. Al abrir se encontró con el anciano quien, con voz sorprendentemente juvenil que contrastaba con su aspecto, le dijo: –Señor Pereyra, como viejo cliente del hotel tenemos que pedirle un pequeño favor. –¿Sí?– preguntó Pereyra. –Bueno, usted verá. El hotel está lleno esta noche, y tenemos otro asiduo parroquiano, el señor Ferrari, a quien no podremos alojar a menos que usted acepte compartir con él su habitación. Sería sólo por esta noche, mañana se desocuparán varias piezas y habremos superado el problema. El hecho será considerado, por supuesto, en la tarifa de alojamiento. –¿Dónde está el señor Ferrari?– preguntó Pereyra. El otro hizo una seña con la cabeza hacia el pasillo. Se encontraba allí un hombre de unos cuarenta años. Pereyra lo observó por un instante, y su primera impresión fue de desagrado. A pesar del calor lucía muy formal: traje azul, camisa celeste, corbata multicolor, jopo engominado y un bigotito que parecía una línea trazada con lápiz. Pereyra lo clasificó como uno de esos personajes anacrónicos que se creen pintones y dedican mucho tiempo a cuidar su apariencia, que oscila entre la de un compadrito de sainete y un empleado de tienda. Pero siempre lo habían tratado muy bien en ese hotel, y no podía negarse a lo que le pedía ahora el anciano. Tratando de disimular su disgusto, pronunció un hipócrita pero sí, encantado. El conserje hizo una seña a Ferrari, y éste entró a la habitación. Se sucedieron las presentaciones de rigor y los agradecimientos por parte del recién llegado, cuya manera de hablar, engolada y solemne, condecía con su apariencia. Mientras Ferrari ordenaba sus cosas, Pereyra se dedicó a preparar el informe que tenía que enviar a la casa central con la cobranza y los pedidos del día. Discutieron con cordialidad quién sería el primero en usar el baño, honor que por fin le correspondió a Pereyra. Cuando le llegó su turno, y antes de entrar a ducharse, dijo Ferrari: –¿Qué te parece si comemos juntos esta noche? A Pereyra le disgustó la idea, así como ese tuteo que su actitud hasta ese momento le parecía que no justificaba. No encontró una excusa valedera para negarse, sin embargo, y quedaron de acuerdo en que esperaría a Ferrari en el hall dentro de una media hora. Pereyra bajó y aprovechó el rato de espera para interrogar al anciano acerca de su nuevo compañero de pieza. Supo así que era también viajante, representante de un importador de artículos de bazar, y que aparecía por la ciudad una vez cada dos meses. Según el conserje era un hombre tranquilo al que todo le venía bien. No recordaba que hubiera presentado jamás alguna queja acerca del servicio del hotel. Ferrari bajó vestido ahora con lo que Pereyra imaginó que sería para él un “sport elegante”: saco marrón, pantalón de un gris verdoso, camisa amarilla con el cuello abierto por sobre las solapas del saco y, por fin, unos zapatos bicolores como Pereyra no había visto en los últimos treinta años. Fueron a comer a un restaurante que estaba a escasas dos cuadras del hotel. Durante la cena Ferrari monopolizó la conversación, en un tedioso detalle de las increíbles ventas que había realizado esa tarde. Luego, tal como Pereyra lo preveía y temía, el tema derivó hacia las mujeres. 44 / HÉTOR CHILIBROSTE 2° CONCURSO NACIONAL DE CUENTOS BREVES "PACO ESPINOLA" / 45 –Y Pereyra deschavate, ¿Cuántas minas tenés? –¿Minas? Ninguna, Ferrari, ninguna. Mi mujer y gracias. –¿Ninguna? No te puedo creer. Si una de las cosas más lindas de nuestra profesión es la libertad que te da. Yo tengo el instinto del cazador. Una en cada puerto, como los marineros, y cada una mejor que la otra. Chiquilinas, casadas, viudas, divorciadas, todo me viene bien y todas me dan pelota. A mí no me vas a hacer creer que sos un angelito, a menos que seas maricón. –No soy un angelito ni soy maricón, Ferrari. Pero quiero a mi mujer y trato de no engañarla –respondió Pereyra con una sonrisa. Mientras el otro seguía enumerando sus conquistas, Pereyra recordaba a Graciela. Cómo le voy a hablar a este chanta de ella, pensó. Sería como profanar algo sagrado. Graciela, que tan bien lo comprendía, que lo esperaba incondicional al final de cada viaje y le hacía olvidar las complicaciones del trabajo, las bajas ventas o las pobres comisiones. Graciela que era lo mejor que le había sucedido en la vida. Sintió un poco de pena por Ferrari, que vivía de sus hazañas reales o imaginarias y que jamás conocería un amor verdadero como el de ellos. Se habían conocido en un bar de 18 de Julio una tarde de invierno. Ella estaba sentada frente a él en una mesa contigua y sus miradas se cruzaron varias veces, hasta que Pereyra, juntando coraje, se levantó y le hizo la clásica pregunta: –Perdone, ¿no nos conocemos del algún lado? –No creo –respondió ella–. Pero no me disgustaría que nos conociéramos. Alentado por la respuesta, Pereyra se sentó a la misma mesa y traslado a ella el café que estaba tomando. Estuvieron casi dos horas conversando, y terminaron tomados de las manos, mirándose a los ojos como dos adolescentes y ansiosos por terminar ese encuentro en un hotel cercano. A los pocos meses de convivencia decidieron casarse. A partir de ese día Pereyra esperaba ávido el final de sus giras. Graciela le había contado muy poco de su vida. Sólo que había estado casada y que ese casamiento había sido la infeliz consecuencia de un embarazo accidental cuando tenía diecisiete años. Hacía dos años que estaba divorciada. Pereyra esperó hasta que Ferrari terminara de comer su postre. Ya en el hotel, se desearon las buenas noches y se acostaron. A la otra mañana, Pereyra madrugó. Tenía un largo viaje por delante y quería aprovechar el fresco de las primeras horas. Se vistió sin hacer ruido, procurando no despertar a Ferrari para no tener que aguantar otra vez su cháchara insoportable. Cuando estaba por salir de la habitación notó que su compañero había colocado un portarretratos sobre la mesa de luz. Curioso, se acercó a mirarlo. Desde una fotografía que resaltaba toda su belleza Graciela lo miraba, curvados sus labios en una dulce sonrisa. Con una caligrafía que Pereyra conocía muy bien, la dedicatoria decía: “Con todo mi amor, Graciela”. Pereyra dejó el cuadro en su lugar. Observó al hombre con una mezcla de ira e incredulidad. Luego tomó de la mesa de noche el velador de hierro fundido, y con una furia incontenible comenzó a descargarlo con todas sus fuerzas sobre la cabeza del dormido Ferrari. MENCIÓN ANA CUARELLA: PINTADA AL ÓLEO Federico de los Santos Ana Cuarella fue, probablemente, una de las pintoras más geniales del siglo XX, y probablemente de la historia. Su talento la destacó por encima de sus colegas, tal vez debido a la mediocridad imperante en el medio de las artes plásticas. Entre tantos pintores renombrados que dibujaban una o dos líneas escudándose en la etiqueta de arte minimalista, Cuarella se esmeró en que sus cuadros no fuesen solo cuadros, lo que le marcó una carrera muy criticada por la prensa especializada en arte –tanto en el arte plástico como en el arte mismo de criticar–. Su método era el del arte más puro: el automatismo psíquico. Cuarella pintaba desde el alma. Cuando tomaba el pincel, entraba en una especie de trance hipnótico y al despertar el cuadro ya estaba listo. Nunca recordaba el proceso de creación. Algunos de sus detractores argumentaron que eso explicaba el hecho de que sus obras fueran incomprensibles, a lo que ella respondió asegurando que nadie comprende cómo se llega a crear una obra artística, ni siquiera el propio autor. “El hecho de no comprender qué nos lleva a crear es, quizás, el mayor atractivo del arte”, explicó en varias declaraciones. “Y además el arte no se entiende. Se siente, joder”. 48 / FEDERICO DE LOS SANTOS 2° CONCURSO NACIONAL DE CUENTOS BREVES "PACO ESPINOLA" / 49 Sus primeras exposiciones apuntaron a la libre interpretación. En sus retratos, cada persona podía ver imágenes diferentes, irrepetibles y hasta opuestas. Donde alguien veía un atardecer, otro veía una luna. Donde alguien distinguía el cuerpo de una mujer desnuda, otro aseguraba ver una ciudad vista desde arriba. Donde alguien reconocía un conjunto de niños saliendo de la escuela otros veían una estampida de elefantes, aunque estaban los que afirmaban que en éste último caso, la diferencia no era tanta. Más tarde se dedicó a pintar sensaciones, con resultados fantásticos, algunos de ellos contraproducentes. Los lienzos parecían encantados por alguna clase de magia (y quizás lo estaban), ya que los sentimientos parecían reflejarse con tanta armonía y perfección que se transportaban a las almas de los presentes. El cuadro titulado “El Odio”, por ejemplo, no le gustó a nadie, excepto a los críticos. El de la Indiferencia pasó desapercibido. Los de la Belleza y el Poder fueron adquiridos por un millonario excéntrico por millones de dólares (versiones no confirmadas aseguran que pretendió adquirir también el de la Inteligencia, pero no estaba en venta). El cuadro del Amor fue visto por escasas personas, debido a que casi todo el tiempo la vista estaba obstruida por parejas que se besaban apasionadamente frente a él. El del Olvido fue de los más populares ya que les gustó a todos, pero a la salida ya nadie recordaba cómo era. Cuentan las crónicas que este cuadro también generó discusiones en la sala. Los intelectuales que asistían contraponían dos posturas: si las personas olvidaban el cuadro precisamente porque les gustaba tanto, o si les gustaba por el afán del hombre de encontrar el olvido. Sin embargo, las disputas nunca llegaban a su fin porque al pasar frente al retrato los transeúntes se olvidaban de lo que estaban discutiendo. La mezcla de colores y matices era casi perfecta. El de la Tristeza era en tonos de gris. El de la Paz era predominantemente blanco, casi luminoso. El de la Alegría mostraba muchos colores brillantes, y el de la Verdad era transparente. Cuarella dijo haber pintado el de la Muerte y el de la Felicidad, pero al salir del trance hipnótico los ocultó en el sótano sin ver cómo eran. Jamás se los mostró a nadie y nunca los conoció. Durante veinte años continuó sorprendiendo al público con su creatividad. La exposición “Conócete a ti mismo” estaba compuesta por cuadros donde cada observador veía su propia imagen reflejada. Muchos de sus detractores trataron de explicar estas obras según algún tipo de truco: espejos escondidos detrás de los lienzos, proyectores, cámaras ocultas, hipnotismo, magia negra o incluso hierbas alucinógenas entre las plantas del museo, todos intentos infructíferos. La anécdota más conocida es la del crítico de arte César Brunikov, que en el brindis de cierre de la exposición bebió algún cóctel de más y empezó a increpar a gritos a la pintora y a los presentes, exigiendo una explicación racional. Las respuestas sobre la magia del arte y la libre interpretación que hace que cada uno vea en la obra lo que quiere ver no le bastaron, así que se enfureció aún más. Revisó las oficinas, los estantes y hasta los baños, seguido por un séquito de curiosos. Marchó hacia el depósito, y le ordenó al Director que le abriera una caja fuerte. El hombre se negó, pero Brunikov amenazó con demandar al museo por estafa, fraude y hasta secuestro. El Director accedió y el periodista extrajo un paquete. Enorme fue su sorpresa al ver que adentro estaba el cuadro del Fracaso, que había quedado guardado desde la exposición anterior. Tal vez su obra más famosa sea “La Nada”. Era una habitación pintada enteramente de negro y sin luces, por lo que la oscuridad era absoluta. Es cierto que los visitantes no veían demasiada demostración de lo que es arte, pero seguramente sí de lo que es la nada. Sus críticos afirmaron que en la muestra se veía la oscuridad que en sí era algo, por lo que no podía ser una manifestación de la nada. Acostumbrados al debate público, esperaron la respuesta de la artista en la prensa del día siguiente, pero no la encontraron. Tampoco en los diarios de la semana posterior, ni en las revistas mensuales. Ella, haciéndole honor a la obra que estaba exponiendo en el momento, respondió absolutamente nada. En sus últimos años realizó presentaciones esporádicas, entre ellas la memorable “Exposición”; un cuadro gigante que representaba una exposición de cuadros, vista desde un ángulo de la sala. Falleció a sus 75 años. Su representante, Carlos Solari, en el afán de que la memoria de la pintora no muriera (y quizás queriendo evitar que 50 / FEDERICO DE LOS SANTOS los ingresos monetarios tampoco), editó poco tiempo después el libro “Ana Cuarella: Pintada al óleo”, una minuciosa biografía de la artista. Meses más tarde y tras una extensa disputa legal con los hijos de Cuarella logró adquirir los derechos de todas sus pinturas y para conmemorar los dos años de su muerte decidió exponer varios cuadros inéditos, entre ellos los dos que ni ella misma había visto. Lamentablemente, Solari falleció en circunstancias misteriosas, poco antes de la exposición. Se encontraba en el sótano de la vieja casa de la artista revisando los cuadros, cuando se topó sin querer con el de la Muerte. Probablemente haya visto el de la Felicidad antes, lo que explicaría la sonrisa en su difunto rostro. Los hijos Cuarella, quienes recibieron finalmente los derechos, organizaron una muestra especial para presentar el cuadro de la Felicidad. Era un autorretrato que mostraba a Ana vista desde atrás en su taller, trazando líneas de colores sobre un lienzo. Se rumorea que el cuadro de la Muerte es todo negro pero, por supuesto, nadie que lo haya visto sobrevivió para contarlo. MENCIÓN EL ABISMO Natalia Guido El hombre cayó al abismo sorpresivamente, la amplia maleza había tapado el risco donde se desmoronó, pero por suerte pudo sostenerse aforrándose a una pequeña grieta con su sola mano izquierda, y sosteniendo con la derecha, la delicada mano de Elide. No sabía cuánto tiempo podría seguir así, la grieta podría desgranarse en cualquier instante o sus fuerzas podrían fallarle. No era un hombre muy robusto, pero Elide era sumamente delgada, y eso era bueno en ese entonces, y también lo había sido antes, pues era parte de la belleza de ella, de esa extrema belleza que sólo había percibido en ella. Habían decido ir a almorzar al campo hacía ya semanas, pero su duro trabajo no se lo había permitido antes. Al fin consiguió el esperado día libre y pusieron todo en marcha en el auto nuevo, prepararon el picnic y, por suerte, antes de comer decidieron dar un paseo, por suerte antes y no después, ya que él acostumbraba comer mucho, y Elide a pesar de su complexión, también. ¿Cuánto peso podría aguantar una sola mano y por cuánto tiempo? Era verano, uno de los días más calurosos sus manos comenzaban a sudar, y eso podía significar que cayeran o que dejara caer a Elide, ni siquiera podía permitirse pensar en ello… lo bueno, sí, debía pensar en lo bueno, era que la ropa era sumamente liviana. Él apenas llevaba una bermuda y una remera, mientras que Elide, bajó la vista para observarla un instante: …estaba desmayada, o quizás simplemente temiera abrir 52 / NATALIA GUIDO 2° CONCURSO NACIONAL DE CUENTOS BREVES "PACO ESPINOLA" / 53 los ojos, aunque sea como fuese lo estaba agarrando muy fuerte. Intentó hablarle, pero no le salieron palabras. Recién ahora lo notaba, tenía un fuerte nudo en la garganta que le impedía emitir sonido alguno. Sí, Elide, no abras los ojos, no veas lo que está pasando. Pobre, pobre de su queridísima Elide. Tan bondadosa y delicada. ¡Había estado esperando con tanto entusiasmo ese día…! Había aguantado tantas horas internado en su trabajo; no era que no le gustara, le encantaba ese prestigio que poseía y en especial lo bien pagado que era… Sí, y esa excelentísima paga estaba en ese mismo momento en su bolsillo, todo en billetes de cien, pues le gustaba que fueran muchos, parecía así que valía más de lo que realmente era. ¿Cuánto pesaría su bolsillo? Una billetera de cuero y un inmenso fajo de billetes… ¿podría costarle la vida? Volvió a mirar a Elide, seguía con los ojos cerrados, pero aún le agarraba la mano y él la agarraba a ella, como instinto natural. Se veía tan débil tendida al vacío, tan débil y hermosa, con la cabeza colgando y el largo cabello castaño volando en el abismo. Pobre Elide, no abras los ojos, querida mía, pensaba, no veas. ¿Cuánto peso estaría sosteniendo con una sola mano? ¿Cuánto podría aguantar esa grieta? ¿Cuánto él? Elide apenas debía pesar 50 kilos con su vestido blanco incluido. Había comprado ese vestido en la feria, pobre Elide, a pesar de todo seguía comprando en la feria. Su mano estaba tambaleando, el calambre era cada vez más doloroso. Si tan sólo pudiera gritar y pedir ayuda… pero no, ni una sola palabra le salía de la boca. Intentó gritar pero el sonido se ahogó en su garganta. Era como intentar hablar bajo el agua. ¿Cuánto más podría resistir? Si tan sólo la carga fuera más liviana, pero de qué podría librarse… ¿sus zapatos? No, eran necesarios para cuando alguien viniera a ayudarlo y tuviera que escalar… Su billetera… quizás…pero no... debía darle una recompensa a quién lo ayudara… ¿Y si nadie lo ayudaba? Motivado por ese pensamiento intentó escalar, pero sin una sola mano en libertad era imposible, y los pies solos no se bastaban. Era totalmente necesario que alguien los rescatara, nuevamente intentó hablar, pero no… ni una sola palabra podía salir de su garganta, ni el más leve murmullo, ni un zumbido… Quizás hubiese sido mejor que Elide se despertara y gritara por auxilio, pero pobre Elide, no despiertes, querida mía, no veas. ¿Hacía cuánto que estaba allí? ¿Horas, minutos? Quizás apenas unos segundos… ¿cómo saberlo? El sol seguía rajando a sus espaldas y él no aguantaba más. Sus brazos clamaban por liberarse, si tan solo lograra deshacerse de un poco de peso… ¿Cuánto pesaría su billetera? No, no podía… era el fruto de un mes increíblemente agotador, tantas horas extras… tanto sacrificio… y de todos modos, ¿cómo iba a lograr tirarla, si tenía ambas manos tan ocupadas? Pobre, Elide, si fuera conciente de lo que sucedía… la amaba tanto, era tan hermosa, un poco burda, sí, pero tan gentil e inocente. Pobre, Elide, no veas, no despiertes, querida mía. ¡De repente todo se iluminó! Una sombra apareció tapándolo momentáneamente y a continuación otra, dos gauchos caminaban hablando a pocos pasos de él… ¿No lo habían visto? No, no lo habían visto. Pero estaban ahí, tan cerca, tan prontos a la esperanza. Quiso pedir ayuda, pero otra vez nada salió de su boca, volvió a intentarlo y nada… tenía que lograrlo antes de que ellos se alejaran demasiado… lo intentó… apenas un débil sonido salió de él… ¿Habría sido suficiente? –¿Qué hará un búho a esta hora de la tarde? –preguntó una voz lejana que se marchaba. Ya era tarde, no había otra salida, sólo dependía de él. ¿Qué iba a hacer? Estaba tan cansado, tan dejado, tan tendido al vacío. De repente comenzó a sentir como los pequeños músculos de sus dedos luchaban por aflojarse. No había salida, debía liberarse de algún peso… pero su billetera… su preciado tesoro ganado con tanto esfuerzo y merito… uno de sus dedos dejó de funcionar… Bueno… quizá pudiera ir a buscarla al fondo del abismo cuando saliera de allí, por algún medio... Incluso así, cómo iba a deshacerse de ella… comenzó a balancearse lentamente, a mover su cadera, casi como si intentara bailar, para que la hermosa billetera de cuero se deslizara de su bolsillo y cayera a ese pro- 54 / NATALIA GUIDO fundo abismo… ¿De cuántos metros? ¿Diez, veinte, cien? Poco a poco, la billetera iba huyendo de él, de su posesión, ya casi estaba por caer…volvió a balancear su cadera, y la cartera masculina se deslizó fuera de su bolsillo, fue una milésima de segundo, o menos, pero no pudo, no podía, no podría dejarla caer; en ese mínimo instante apresuró su mano derecha que tomó la billetera justo a tiempo, sin darse cuenta entonces que dejaba caer a Elide. El hombre ahora con una mano libre, logró trepar y desde la cumbre del abismo, con su dinero a salvo en su bolsillo, contempló el cuerpo de Elide en fondo del pozo y pensó que por ella sí lo ayudarían a bajar, para buscarla. MENCIÓN SOY AMANDA NIEDMAN Natalia Guido Soy Amanda Niedman, es todo lo que sé de mí, no conozco nada más. Ignoro que me gusta comer, o cómo me visto. No sé mi edad y tampoco cómo es mi rostro, si soy rubia o si soy morocha, tampoco sé dónde nací y no sé quién me conoció. Digamos que se podría decir que soy un nombre, lo cual no es poco. Puedo asegurar que soy mujer y sé sólo con saber cómo me llamo que tengo ascendencia alemana, ya que Niedman es una palabra en alemán. Amanda es un bonito nombre según mi parecer, puedo concluir entonces que a mis padres les agradaba, por lo que ellos debieron tener buen gusto. Incluso me atrevería a decir que Amanda Niedman, es el nombre de una mujer atractiva, así me suena y así debe ser. Sin embargo no me conformo con andar vagando por el mundo sabiendo tan poco de mí, y sólo especulando. Así que siempre he tenido la clara idea de investigar quién soy. El problema sucede, por supuesto, que al ser apenas un nombre, no puedo abrir una guía telefónica y averiguar si estoy en ella. Por esto pasé tantos años sabiendo únicamente que era Amanda Niedman. Fue un día sin embargo, que oí a unas personas sentadas en la mesa de un bar mencionarme. –¿...rir a Amanda Niedman? –decía una muchacho. No tardé un segundo en meterme en su cabeza, practicante me arrojé a ella, pero al entrar ya había cambiado el tema. Sus pensa- 56 / NATALIA GUIDO 2° CONCURSO NACIONAL DE CUENTOS BREVES "PACO ESPINOLA" / 57 mientos eran confusos, no había nada de mí en ellos por el momento. En ese instante sólo aparecía el recuerdo de un extraño y sin sentido examen de matemática. Números y signos se paseaban de aquí para allá. Supe enseguida, que el recuerdo no era agradable y estaba algo embarrado. No importaba, iba a quedarme allí hasta que aquel hombre recordara algo sobre mí. Y para mi suerte ya en la primera noche, sucedió. Una hermosísima mujer apareció en su mente, con el nombre de Amanda Niedman. Era muy joven, no tendría más de veinte años. Le hablaba simpática a un muchacho llamado Nicolás (el dueño de esos pensamientos), parecía ser que Amanda era una mujer generosa, inteligente y por de más atractiva. Me sentí muy feliz por ser ella. Pero quise saber más de Amanda Niedman, por lo que me quedé en la mente de Nicolás durante mucho tiempo, y pude comprobar que mi nombre era invocado todas las noches y aparecían encantadores recuerdos como respuesta a tal súplica. Me conocí entonces a través de Nicolás durante mucho tiempo, y pronto pude descubrir que él estaba arrepentido por haberme menospreciado. Supongo que estuve enamorada de Nicolás, aunque a mi parecer, el chico que se veía en recuerdos no era para nada atractivo, pero sí bastante cruel. Pensé durante mucho tiempo cómo una persona malvada, podía sentirse tan mal por otra. Estaba dispuesta a seguir averiguándolo, hasta que una noche, entre una enorme avalancha de recuerdos sobre Amanda y otras cosas que no llegué a comprender, todo se oscureció. Me sentí expulsada de repente de aquel hoyo negro dónde me había visto por primera vez, y al salir pude observar que Nicolás se había suicidado. –Curioso –pensé–. Viéndolo desde afuera se ve muy apuesto. Curioso –volví a pensar. Para mi suerte, mis averiguaciones no quedaron tendidas al vacío. Cinco horas más tarde, en el funeral de Nicolás, volví a oír el nombre de Amanda. Mis esperanzas caídas (porque la dueña de mi nombre no había asistido al entierro) se levantaron al descubrir que una pequeña mujer, me conocía. Me metí en su cabeza de inmediato, fue una enorme sorpresa para mí: había estado segura de que esa tipa estaba pensando en Amanda Niedman, pero sus pensamientos eran sobre una mujer un poco más gordita, de cabellos más desarreglados y rasgos menos delicados que los que Nicolás había recordado. De hecho la mujer que se paseaba dentro de la cabeza de esa mujer de nombre Estela, parecía ser bastante prepotente y maleducada, algo inmadura y quizás hasta catalogada de no ser una muy buena persona. Tardé bastante tiempo en darme cuenta que esa mujer también era Amanda Niedman, y que la dulce muchacha que la acompañaba era la dueña de la cabeza en dónde me encontraba. Aparentemente, Amanda y Estela habían sido buenas amigas, por algún motivo confuso Amanda se había encontrado, hacía unos cuantos años, mal por algo que le había hecho a Nicolás. Curioso, pensé. Ese confuso motivo había llevado a una discusión que no se sabía dónde había empezado, ni cómo había terminado. Pero era evidente que Estela no estaba para nada de acuerdo con lo que le había hecho a Nicolás. Curioso, pensé. Salí de la mente de Estela antes de que terminara el funeral, no deseaba seguir escuchando esas cosas espantosas sobre mí. –Dicen que fue por Amanda que se mató –sentí comentar a una mujer. –Por lo que le hizo... De forma veloz entré en la cabeza de la mujer, era la madrina de Nicolás, llamada Ana. Pero los recuerdos de Amanda eran tan confusos, borrosos y mezclados que me salí enseguida. Alguien se había unido a la conversación de Ana, era un hombre. –...Amanda hacía grandes donaciones a un orfanato, ¿no recuerdas? –¡Para esquivar impuestos, querido! –¿Cómo se te ocurre pensar eso de Amanda Niedman? –Por culpa de ella, Nicolás se suicidó. Por lo que le hizo. –Por lo que él le hizo a ella. La culpa no lo dejaba dormir. –El dolor no lo dejaba dormir. Ya cinco personas se encontraban discutiendo quién era Amanda Niedman. Buscarme me había hecho perderme más aún. No sabía quie- 58 / NATALIA GUIDO nes mentían y quienes decían la verdad. La confusión era tan grande que comencé a retroceder paso a paso. Hasta que, ya lo bastante lejos, para no oírlo, pero no lo suficiente para no recordar a esas decenas de personas hablando de mí, me di cuenta que estaba en medio del cementerio. Una tumba se erguía, más bella que entre todas al menos en mis recuerdos, con el nombre de Amanda Niedman en ella. No sé por qué murió, ni si era una gran mujer o la más malvada de todas. Yo sólo soy su nombre. Sólo un nombre y con él cargo no sólo un rostro, sino varios: uno por cada quién que me conoció. Dice esa tumba que morí, pero no es cierto. Vivo cada instante en cada recuerdo, y cambia mi rostro y mi corazón según quién que me recuerda. No soy la del cuerpo que está enterrado ahora: Soy Amanda Niedman, un nombre. MENCIÓN LA MIRADA EN LA ESPALDA Lilian Hirigoyen Ahora se le hacía patente el recuerdo de su niñez y su primera juventud, el caminar angustioso que lo delataba y el presentimiento tenaz e inequívoco de que era espiado. Nada jamás lo sacó de su certeza, a pesar de que nunca pudo comprobarlo cuando miraba repetidamente a su alrededor para cerciorarse con aire fingidamente ausente. No era reconfortante imaginarse recorrido de arriba abajo por una mirada vacía de rostro. Nunca comentó con nadie su sospecha. Al contrario, con sus padres y amigos se mostró siempre encantador y dicharachero. Pero él se sentía así, observado a distancia, como si alguien o algo oculto y mimetizado con los alrededores le siguiera los pasos. Cuando se reunía con los niños de la cuadra y corría nervioso jugando a las escondidas, le parecía que tras los árboles del parque o a la vuelta de alguna esquina le aguardaba agazapado lo que tanto temía encontrar. No pocas noches había trancado las ventanas de su dormitorio a pesar del agobiante calor del verano; no pocas, también, había encendido las luces, inquieto y desvelado. El despertar de la adolescencia no le cambió los temores. Los deliciosos cuerpos femeninos solían ocultarle otros que tampoco manejaba. Temblaba ante la sonrisa cómplice de alguna jovencita o ante la tentación de acariciar una piel tersa. Pero tras el encanto inicial, lo invadía otra vez el miedo de ser espiado hasta en sus más profundos pensamientos y, vuelto hacia la delicada muchacha que en un principio le despertara atracción, volcaba sobre ella la sospecha de su paranoia. 60 / LILIAN HIRIGOYEN 2° CONCURSO NACIONAL DE CUENTOS BREVES "PACO ESPINOLA" / 61 Finalmente llegó la juventud plena, la edad en que ya se es enteramente libre para deambular por la vida sin pedir permiso a los progenitores. El deseo hacia el sexo opuesto se hizo más fuerte, más perentorio. Entre todas las jóvenes de su edad hubo una, tímida y de cálidos ojos negros, que le colmó las ensoñaciones. Fue ese enamoramiento intenso el que le arrebató la sensación de ser perseguido. El rostro amado ocupaba sus pensamientos. No había lugar para los temores. Vago y difuso, el asedio desconocido se perdió en algún recoveco de su memoria. Durante el romance sólo existía su cuerpo y el de la elegida. La mirada que antaño llevara clavada en su espalda ya no tenía el fuego de un dardo encendido, sustituida por el amor. Llegó la boda. A pesar de que era reacio a los gastos innecesarios, organizó una gran fiesta para sellar la ansiada necesidad de tener a su enamorada siempre consigo y de consumar la unión en su vientre con la prolongación de la vida. Pasaron los años. El desgaste de la rutina los fue arrastrando. No vinieron hijos, aunque ambos eran todavía jóvenes. Con el susurro helado del hastío volvieron a renacer los miedos. La necesidad de trancar la ventana a pesar del agobio estival. La lamparilla encendida cuando el sueño clamaba por la oscuridad. El diálogo entre ambos se fue espaciando. La noche los sorprendía distantes y bostezando ante un libro o en la cocina mientras cenaban. El tiempo les hizo percatarse que tenían pocas cosas en común. Cuando regresaba del empleo su lugar favorito era la biblioteca, entre sus papeles. Sólo escuchaba los pasos apenas audibles de ella en el dormitorio o en el comedor. Llegó un punto en que solamente compartían el “Hola”. Muchas veces, le parecía percibir la mirada negra y brillante de su esposa deslizarse sobre sus hombros y su espalda, como una caricia asfixiante. Otras tantas en el dormitorio, cuando fingía dormir, presentía los ojos negros y encendidos fijos en él, disecándolo. Sus temores, entonces, pasaron a tener unos ojos profundos y conocidos. El objeto de su miedo abandonó el exterior para convivir con él bajo el mismo techo. El hijo no vino, tampoco intentaron buscarlo. Sin dar explicación alguna, una noche de tormenta armó un dormitorio improvisado en la biblioteca, donde se instaló definitivamente junto a la blanca seguridad de sus papeles. El trayecto hacia el trabajo también era una tortura. Se sentía observado, atravesado por esos ojos negros. La mirada resbaladiza y oscura que le cubría la espalda lo perseguía aún entre el bullicio callejero. Sentía como si pretendiera abrirle las costillas para llegar hasta su corazón con sus punzadas de fuego negro. Cuando el desasosiego era más fuerte que él, se daba vuelta en seco, para ver si la descubría entre la multitud y tenía una excusa válida para recriminarle esa persecución silenciosa. Pero no, ella era astuta, se anticipaba siempre a su movimiento y seguramente se refugiaba tras alguna esquina o algún transeúnte desprevenido. Sólo en el trabajo encontraba la ansiada paz. El trato con el público y sus compañeros eran un remanso. A veces, como al descuido, se fijaba en su compañera de oficina. Una joven bonita de mirada tibia y azul. Entonces sentía que su proximidad lo calmaba y que todos sus temores quedaban tapados por una oleada de ternura. La serenidad de esos ojos color cielo lo reconfortaba y más de una vez imaginó el contacto de esa piel dulce y los besos de los labios finos y deseados. Pero cuando se aproximaba a su casa la cosa cambiaba, la mirada oscura y obsesiva que lo perseguía se le hacía precisa y letal. Evitaba todo cuanto podía a su esposa y a sus ojos negros, se refugiaba en su dormitorio improvisado, leía sus apuntes, escuchaba música y por sobre todas las cosas recordaba a la joven de mirada azul. Recién entonces volvía a ser dueño de sí mismo y se sumergía en las mágicas ensoñaciones de un amor perfecto. El miedo a esa mirada oscura y penetrante se fue desdibujando gracias a las caricias de la otra, delicada y azul. No tenía más espacio en su mente que para la figura amada. Finalmente, una fría mañana de invierno, cuando regresaba del trabajo todavía arrobado por la proximidad de su bella compañera, notó 62 / LILIAN HIRIGOYEN 2° CONCURSO NACIONAL DE CUENTOS BREVES "PACO ESPINOLA" / 63 el desarreglo de la casa. La puerta abierta, las ventanas cerradas, los placares vacíos le anunciaron la buena nueva. Ella se había marchado, lo había abandonado. Su felicidad no tuvo límites. Esta vez la boda fue sencilla. Sólo la ceremonia civil. Eso les bastaba. Tenían amor de sobra para festejarse hasta el cansancio. Buscarían un hijo, perpetuarían en otra vida toda la pasión que los unía. Vivían juntos, trabajaban juntos. Inseparables. No tenían intersticios. Pero el hijo no llegó aunque lo buscaron incansablemente. La felicidad los fue colmando. Se fue esparciendo en cada parte de sus cuerpos, en cada recoveco que no cubrían, en cada amigo que compartían, en cada palabra que pronunciaban, en cada silencio que se instalaba. Como un líquido espumoso y dulce fue llenando todos los espacios volviendo pegajosos los días que se sucedían exactamente unos iguales a los otros. Sin darse cuenta esa misma felicidad que los había unido se les hizo empalagosa. Como un contacto molesto, áspero e imperceptible se fue instalando el hastío. Y la mirada azul y delicada que tanto lo había cautivado comenzó a tener para él otra intensidad… Los pocillos de café recién servido humeaban sobre la mesa del bar. Frente él, la joven reía con su rostro pecoso y simpático. Volvió a la realidad, dejando de lado los recuerdos. Se sintió embelesado. La chispeante mirada de esos ojos verdes lo hacía suspirar. Por un instante sólo existió para ella. Como al descuido y disimulando su excitación, se dio vuelta. Quería descubrirla en la multitud de la calle, agazapada y silenciosa, espiándolos. Los ojos verdes y chispeantes volvieron a arrobarlo. La charla continuó animadamente. Sin embargo, su espalda acusaba el fuego. La sabía detrás, oculta en una esquina, observándolo. El ardor azul de esa mirada inquietante lo perforaba. Como si estuviera dispuesta a abrirlo sentía el fuego en los omóplatos y en la cintura. Pero se contuvo. Disfrutaría de la mujer que tenía delante. Soñaría con sus besos mientras conversa- ban. Pensaría en su cuerpo mientras la miraba a los ojos. La invitaría a caminar por la rambla. Demoraría lo más posible el regreso a su casa, el encuentro con esos ojos azules y ardientes que lo atormentaban. Ya no dormía con su esposa. Había improvisado un dormitorio en la biblioteca, lejos de su azulado contacto. Sin embargo, sabía que lo observaba, que cuando leía, comía o fumaba el puñal acerado y azul de aquellos ojos se hundía en su espalda. Ahora estaba enamorado, profundamente enamorado y no temía. Casi se le hacían vagos los pensamientos antiguos de miedo. El amor tenía esa virtud. Era magia. Caminaron largo rato por la rambla riendo y bromeando. El fuego de la espalda lentamente se le fue transformando en una deliciosa tibieza. Ni una vez se dio vuelta para ver si era espiado, ni una sola vez siquiera tuvo la tentación de hacerlo. Ante la hermosa puesta de sol rió plácidamente junto al amor de su vida. Mientras el último rayo se reflejaba en sus ojos esperanzados, ella, unos pasos más atrás fijó su mirada verde agua en la espalda del hombre. Sólo por ese instante y sin que él se percatara, la negrura de una noche agazapada en los ojos verdes y chispeantes oscureció el semblante pecoso y juvenil hasta volverlo irreconocible. MENCIÓN ASÍ SON LAS COSAS Marcos Ibarra Justo antes de enfrentarme al monstruo, recordé a todos los que negaban que el monstruo existiera. No que este monstruo existiera, sino los monstruos en general o los fenómenos paranormales o los fantasmas. Y además, concentré a todos esos negadores porfiados en una persona, acaso con la que mayor cantidad de veces experimenté la desazón de no ser creíble. Vi un OVNI – decía yo – y a pesar de mi solidez intelectual y mi comportamiento ordenado, a pesar de mi familia constituida y de mi profesión, de inmediato venía un gesto desde la cara de Ariel, que comenzaba con un apretar los labios desde la comisura, un girar los ojos hacia abajo y hacia la derecha, un levísimo movimiento de la cabeza que se repetía como una pelota que pivota sobre un resorte. Luego una importante aspiración de aire por la nariz y junto con la exhalación de ese aire por la boca, aparecían las primeras sílabas de los próximos veinte minutos de explicaciones científicas para incorporar la figura de la ilusión óptica o del espejismo, en lugar de mi OVNI. El proceso de ese discurso de Ariel, se mantenía siempre igual para estos casos y cada vez que se producía, me hacía pensar en alguien que saca un paquete que guardaba celosamente para la ocasión y comienza a desenvolverlo en forma lenta pero decidida. * 66 / MARCOS IBARRA 2° CONCURSO NACIONAL DE CUENTOS BREVES "PACO ESPINOLA" / 67 Como en una película de David Lynch, apareció en mi camino y entre unos pastos una oreja humana (yo me dirigía por el parquecito de los jazmines hacia el colegio Etrusco a recoger a mi hija menor). En realidad la pisé, y sentí bajo la suela del zapato una discontinuidad del terreno que no era piedra ni montículo, y retiré el pie casi inmediatamente a haber pisado, y descubrí la oreja. Súbito miré alrededor, con seguridad buscando más datos, a la vez que volví a mirar la oreja para constatar que fuera real, que no fuera de niña… pero la constatación duró unos segundos apenas porque, cuando había vuelto la mirada hacia la oreja, ya mi vista había captado otro elemento cuya imagen retenida acompañó ese recorrido y que me hizo regresar el foco visual hacia allí rápidamente. Era la sección de una mano con la palma y tres dedos, y casi enseguida pude ver otras partes de cuerpo humano, algunas con ropa y todas seccionadas y ensangrentadas. No tuve tiempo de concretar una emoción frente a tal espectáculo, porque de inmediato apareció en mi campo visual el monstruo que asomaba detrás del grueso tronco de un ombú. * En realidad no me molestaba tanto la incredulidad científica de mi amigo Ariel, como el hecho de que ese orden de las cosas permitiera a mi amigo y a todos los negadores de eventos inusuales, convivir cómodamente con otras circunstancias de lo que se sobreentiende como “la realidad”, y la cual es avalada por la concepción científica del universo y sus fenómenos. Así, unas teorías complejas que eran capaces de desmontar fenómenos raros, también eran capaces de acompañar lo ñoño, lo inverosímil, lo molesto, sin necesidad de pronunciarse. Un niño comiendo en cuclillas en un basural, por ejemplo, era enteramente abarcado por la idea científica de “lo posible”, “lo normal”, en fin, lo cierto y aceptable como tal. No digo que mi amigo Ariel y los otros negadores no se sensibilizaran ante hechos de la miseria humana, solamente pensé en aquel instante previo a enfrentarme al monstruo, que la falta de armonía en la necesidad de recordar las leyes científicas, hacía que viera a Ariel y a todos los escépticos científicos como personas sin soli- dez de criterio, o más bien con un criterio que impedía en sí mismo entender lo ridículo como ley. El primer zarpazo me hizo retroceder un paso; ahora recuerdo la brisa semicircular que recorrió desde mi cabeza a los pies, pero en aquel instante lo más sobresaliente fue la pestilencia. No era una pestilencia como otras, era nueva a los sentidos y si bien era captada en lo inmediato por el olfato, comprometía toda la compostura corporal, provocaba estertores y nauseas, sí, pero también una sordera repentina, similar a un aturdimiento. A la vez que logré correr, advertí que el monstruo no tenía una buena definición de las distancias ya que era imposible que hubiera errado ese zarpazo. Acompañando los golpes secos de mi corazón que se juntaba en la garganta, percibía en el oído y en cierto movimiento del terreno los pasos del monstruo, fuertes, firmes, cercanos. Tropecé y caí de cara contra el camino de tierra y pasto fresco, giré medio cuerpo ágilmente para ver el bicho amenazante que estaba tras de mi, a muy pocos metros. * Verde, enorme, con dientes afilados dispuestos en hileras diversas y tres ojos; piel de serpiente o pez y crestas en pico que recorrían el lomo hasta la punta de una cola gruesa como de un dinosaurio. Sin embargo los rasgos de la cara eran similares a lo humano; excepto los tres ojos, la nariz, los pómulos y los labios eran de formas humanoides, incluso el gesto postural del monstruo era el de un homo sapiens. Hubo un rugido, otra vez una pestilencia penetrante emergió esta vez del interior de la boca que se abría grande y se mostraba como un túnel extenso y lúgubre. El otro zarpazo pasó cerca de mis piernas que arrollé instintivamente y consecutivamente me incorporé y corrí, no muchos metros ya que caí en un pozo bastante profundo; casi enseguida cayó sobre la boca del pozo un tronco de eucaliptus derribado, con seguridad, por el monstruo. Pensé en David y Goliat y reparé en que no solo no tenía ningún arma sino que no habría sabido manejarla; David tenía oficio con su honda así que ahora comprendía que las diferencias físicas entre él y 68 / MARCOS IBARRA 2° CONCURSO NACIONAL DE CUENTOS BREVES "PACO ESPINOLA" / 69 Goliat eran relativas. Pero otro episodio bíblico pareció re–expresarse esta vez: Daniel en el foso de los leones salvado por un ángel. Allí estaba yo también en un foso y la bestia asomaba su cabezota y trataba de introducir uno de sus miembros con garras que ahora veía más claramente, eran gruesas, negras y filosas. Pero baja el ángel, en este caso, suena el celular; el monstruo inmediatamente se incorpora y desde el fondo del pozo lo veo erguido como una torre bastante alta, está parado sobre sus patas traseras y ha quedado inmóvil y en postura defensiva, su vientre brillante y de color amarillo pálido me hizo pensar que el engendro no comería carne humana o de otro tipo, que habría destrozado a estas gentes por considerarlas monstruos amenazantes. –¡Amor! Fuiste a buscar a la nena – oigo preguntar a mi esposa en una frecuencia no muy buena. –Eh, sí… en eso estoy, te llamo luego, estoy sin baterías. No solamente absurdo sino torpe hubiera sido tratar de explicarle mi situación. Hago timbrar el celular para mantener al monstruo en su postura de defensa y confusión. Llamo al 911 y pido auxilio, que vengan ya mismo al parquecito de los jazmines, que me están atacando y repito esas frases sin permitir que me hablen y me pregunten nada. * Cuando siento el ulular de los coches policiales, veo que el monstruo desaparece de mi pantalla de boca de pozo con tronco atravesado y se retira, posiblemente, hacia el sonido o huyendo de él. No veo más que un círculo celeste y una franja negra que lo atraviesa; pienso en una bandera, siento movimientos, rugidos, gritos, ruidos, disparos de armas. Trepo como puedo hasta la superficie y veo al ras del terreno más amontonamiento de partes de cuerpos; no sé cómo, ya estoy afuera, el parque es un campo de batalla al final de la batalla, me asalta la frase “partes de cuerpos del cuerpo policial” y casi de inmediato otra especie de voz interior censurando esa frase en este momento. Descubro una mancha de líquido negro viscoso, ¡le dieron! me digo, y sin pensarlo sigo el rastro de la mancha con la expectativa de encontrar el cuerpo vencido del monstruo. La mancha desaparece en un claro del parque, pero no hay monstruo caído, ni otro tipo de rastro o información, nada. * Ariel me decía ”la cosa es así: cuando estás estresado y este estado se mantiene por mucho tiempo, podés hasta ver fantasmas o tener visiones terribles; es solamente falta de descanso, falta de serotonina, nada que el prozac no pueda resolver y unas buenas vacaciones, claro”. * El silencio aplasta el parque y los cuerpos desmembrados, ahora abundantes. Recuerdo a mi hija y corro hacia la escuela con esperanza de verla sana y salva. MENCIÓN ALEGRÍAS CON HISTORIA Juan Carlos Mántaras Confieso con mucha alegría que la aspiración más grande de mi vida, era haber vivido en el pasado o poder retornar a él. Tal vez influenciado en la niñez por Trucutú, aquel personaje de historietas que regresaba al presente. Imaginaba como sería yo viviendo en la prehistoria. Fantaseaba que con las aptitudes que tengo para el dibujo, sería pintor de cavernas. Estaría todo el tiempo imaginando en las paredes ficciones de caza para que se hicieran realidad, tal como lo hacían los primitivos. Pero pienso también que no hay mejor forma de volver al pasado que practicar la prehistoria en el presente. Prehistoria charrúa, que a pesar de haber pocos conocimientos de esa etnia, todos sabemos que tenían mucha garra y que eran muy atrasados. Tal vez, es con la que mejor me puedo identificar por vivir en el Uruguay y estar separado unos pocos siglos de esa época. Un día me decidí, fui al patio de mi casa, tomé dos palitos de la leña del parrillero y los empecé a frotar. Al principio lo hice como quien raya una zanahoria, pero ni si quiera se calentaban. Después recordé que si se colocaba uno en el piso y se ponía otro de punta tomándolo entre las palmas de las manos frotándolo, como cuando uno piensa que un negocio le va a salir bien, en un momento se pondría rojo el punto de roce e iba a comenzar la ignición. Pero se me empezaron a poner rojas las pal- 72 / JUAN CARLOS MÁNTARAS 2° CONCURSO NACIONAL DE CUENTOS BREVES "PACO ESPINOLA" / 73 mas y una sensación de calor se propagaba por los brazos hasta la cabeza. Como de una cañería agujereada brotaba la transpiración en la frente, para luego caer en gotas que intentaban apagar el posible foco. Y así, se me quemaron las manos y la ilusión de hacer fuego con ellas. No hay dudas que cuando a uno le pasan estas cosas es preciso regresar a las fuentes serias del conocimiento: revisé mi biblioteca y allí estaba “Prehistoria y Oriente”, de Oscar Secco Ellauri y Pedro Daniel Baridón. Poco recordaba del texto liceal y lo leí con tanta devoción, que parecían los ancianos de la tribu que me transmitían sus enseñanzas. Imaginado como charrúa tuve problemas de inserción histórica, porque quería cazar con la tecnología correspondiente a flechas y boleadoras, pero resulta que las puntas de flechas talladas en piedras eran de la etapa paleolítica, correspondiente al período que va desde la aparición del hombre, hasta 10.000 a 8.000 años antes de Cristo y las boleadoras pulidas eran neolíticas. La época neolítica, según el libro, recién empieza por esos años. No supe como resolver el problema. Los charrúas eran tan salvajes y desordenados que no respetaban ni los períodos históricos, usaban las dos cosas al mismo tiempo. Al no poderme ubicar en la historia, la confusión me turbó de tal modo que abandoné la idea de rehacer los instrumentos de caza. Ante tanto fracaso no perdí la alegría inicial. Comprendí que la idea primaria era la correcta, aprovechar mis condiciones naturales y dibujar bisontes en las paredes del patio de mi casa. Había pensado que la práctica de la caza sugiere las formas que los hombres dibujaban y desde la época de las cavernas descubrieron que apropiándose de las imágenes, se generan fuerzas para apropiarse de la realidad. Tomé un tizón del parrillero y con rápidos trazos lo deslizaba por las altas paredes del patio, dibujando bisontes que parecían huir previendo el ataque que luego les realizaba, acompañando el festejo con una espasmódica danza ritual que terminaba golpeando los animales con el palo. Ante cada criatura engendrada, mi imaginación tomaba fuerzas para creerlas reales. Tenía con el patio y sus paredes una relación amigable y de mucha confianza, consecuencia de la cantidad de horas que le dedicaba a su cuidado, se sentían alegres con mi presencia. Pasaban los días y yo no dejaba entrar a nadie al patio, poco tiempo antes, amigos y vecinos admiraban ese contorno de jardineras repletas de plantas y cubiertas por macizos de alegrías, perfectamente organizadas por grupos de colores. Ese espacio ahora no se lo podía mostrar a nadie, es muy difícil compartir un mundo de ilusiones creado con las manos y el pensamiento, cada cual debe erigir el suyo para vivirlo con plenitud. Pero es sabido, que esa plenitud sólo se logra si la imaginación se corresponde con la realidad sin incongruencias. Día a día las paredes se fueron llenando de bisontes, me gustaba verlos como algunos pastaban a lo lejos. Dibujé tantos bisontes que de noche la manada no me dejaba dormir con los mugidos. Entonces pensé que iba a tener problemas en el barrio. Al otro día salí a tomar mate a la vereda y le pregunto con disimulo a uno de mis vecinos: –¡Qué noche! Yo no pude dormir con los mugidos. –¡Maullidos querrás decir! Los gatos estaban insoportables. –Sí, sí, claro – le contesté al ignorante que no sabía diferenciar gatos de bisontes. –Cada vez hay mas gatos en el barrio. –Cierto, tendremos que tomar alguna medida – contesté cortando el diálogo, me despedí y entré corriendo hacia el patio. Pensé que fueran tigres y me hubieran comido algún bisonte. Pero no, los conté y estaban todos. Me adelanté un poco en tiempo y les dibujé un corral, con portera y todo, como quien dice fui haciéndome sedentario, recorriendo pausadamente los mismos pasos de la historia. Y allí encerrados pastaban todo el día. Iban engordando lindo los animales. Les dibujé un arroyito y de tardecita se juntaban a tomar agua. Encorralados se habían empezado a reproducir y había tanto animal que el campo se empezó a quedar pelado y yo meta pintura verde haciendo pradera artificial, pero no daba abasto. Los animales con hambre se estaban poniendo un poco inquietos. Un día salgo a tomar mate en el fondo y veo un bisonte que sacaba 74 / JUAN CARLOS MÁNTARAS 2° CONCURSO NACIONAL DE CUENTOS BREVES "PACO ESPINOLA" / 75 la cabeza por arriba de la portera y me estaba comiendo una mata de alegrías. Le pegué un palazo en la cabeza y el animal retrocedió asustado y armó un desbande en el grupo más cercano. Fue ahí que me di cuenta que la cosa se podía poner fea y una crisis de alimentos no la iba a poder dominar fácilmente. Al otro día cuando salgo al patio, en los cuatro costados se amontonaban bisontes y bisontitos hambrientos, el arroyo completamente seco y el poco suelo que se veía estaba totalmente pelado. Empezaban a empujar el cerco que les había hecho, entonces comprendí que en realidad los animales estaban libres y yo encerrado. Hice conciencia del cambio de situación que me acorraló. Los bichos me miraban con esa indiferencia con que uno mira animales en un zoológico, pero a las alegrías las observaban y disfrutaban como si estuvieran en la vidriera de una confitería. Estaba en esos pensamientos cuando me pareció que por la calle pasaba una comparsa haciendo un toque de tambores de esos que hacen vibrar al barrio, temí que se produjera una estampida de película, que destruyeran la barrera y me aplastaran. Cientos de bisontes corriendo enloquecidos en la pradera pelada, levantando una densa nube de polvo y pisando mi cuerpo. Por suerte pude reaccionar a tiempo, entré corriendo por la puerta del patio, me guarecí en la casa cerrando la reja en el momento justo del estruendo que producía la estampida. Creí que la puerta y la reja del living no iban a poder resistir y salí corriendo a la calle, donde dos chiquilines sentados al cordón de la vereda, tocaban tambores apaciblemente. El barrio estaba tranquilo, los vecinos sentados en sus sillas tomaban mate con bizcochos. Quedaron un poco sorprendidos de verme salir tan agitado. Crucé hasta la vereda de enfrente y quedé simulando mirar la fachada, como quien busca una mancha de humedad en la pared, pero esperando atento el embate enloquecido de algún animal que no salió. Al comprobar que todo estaba sosegado, regresé temeroso hasta el living donde constaté que estaba lleno de polvo, pero tranquilo y en silencio. Las puertas con los postigos cerrados no me permitían ver lo que yo tampoco deseaba mirar. El perro, que en todo este entrevero no lo había visto, olfateaba por debajo de la puerta del patio emitiendo un ladrido confuso. – Hay que volver a las fuentes– me dije – acá algo anda mal, posiblemente alguna contradicción histórica que hace entrar en crisis la realidad instaurada. Tomé los libros de historia y leí hasta muy entrada la noche, en un momento mi mente se iluminó, había descubierto la causa del error histórico que producía el antagonismo entre pensamiento y realidad. Había dibujado bisontes, rumiantes del norte americano y yo pensaba todavía con mentalidad charrúa, indígenas del sur. Para subsanar el problema debía tomar medidas urgentes. Esa noche salí sigiloso al patio, con la linterna en una mano, y con un paño de piso embebido en detergente en la otra. Pasé toda la noche borrándole la melena y esa protuberancia a manera de giba que tienen los bisontes, transformándolos en toros, vacas y terneros. Cuando amanecía terminé de arreglar el corral, que había quedado deshecho en la estampida, lo reparé cuidadosamente como para que no se escapara ningún animal. Como toque final les agregué algunas pinceladas vacunas al cuero de los animales. Estaba muy cansado, pero la historia se había ordenado, era impresionante como aquellos animales traídos por Hernandarias en 1611 se habían reproducido. Hay historiadores que dicen que mucho antes lo introdujeron los indios guaraníes desde las Misiones, cruzando en las bajantes el río Uruguay en Salto Grande. De todos modos con ganado vacuno la geografía se organizó, ya que de bisontes nunca se supo en estos pagos. Me fui a dormir con la conciencia tranquila, si bien ya no estaba radicado en la prehistoria, me trasladé a una historia sin contradicciones. Dormí casi todo el día, tuve unos sueños perversos que me persiguieron en el descanso. Soñé que era estanciero, latifundista, las preocupaciones ahora eran otras, mi ganado se estaba vendiendo bien, podía pagar la deuda con el banco y las cuotas de la camioneta 4X4, ese año iba a veranear en Punta del Este. Me desperté tranquilo, en armonía con esa realidad que concordaba con la bronca social de tanta gente desposeída. 76 / JUAN CARLOS MÁNTARAS Bajaba la escalera de la planta alta pausando cada escalón, me quedaban muy pocas de aquellas alegrías iniciales que impulsaron el deseado viaje al pasado, hasta prefería suponer que lo sucedido en el patio era parte del sueño. Pero la tozuda realidad se fue afirmando, cuando vi los libros de historia llenos de polvo al costado de los sillones, los postigos cerrados y el perro todavía nervioso ladrando hacia la puerta. Un temblor me recorrió el cuerpo, un poco angustiado abro la puerta lentamente y veo una vaca que gira lentamente su cabeza y sin sacarme los ojos de encima continúa indiferente comiéndose mis últimas alegrías. MENCIÓN LA MUJER DEL CUADRO Vivián Montero acá estás de nuevo tres de la mañana sentada en el comedor caminando por el pasillo preparando un té en la cocina volviendo a caminar por el pasillo hojeando un libro encendiendo la radio y apagándola de nuevo acostándote y levantándote otra vez acá estás de nuevo con tu problemita diría tu madre y te aconsejaría tilo y leche tibia con tus trastornos del sueño derivados del stress diría tu médico y te recetaría una licencia tranquilidad y algunas pastillitas con los picos de ansiedad incontrolable diría tu psicólogo y aumentaría tus sesiones de una a dos veces por semana con uno de los tantos síntomas que demuestran que vos no podés estar bien y ser feliz diría Juanjo y metería sus cosas en cajas y valijas y se las llevaría una mañana dejando la llave sobre la mesa y un sobrecito con dinero que cubriría la mitad de los gastos del mes en el cajón del escritorio acá estás de nuevo después de casi un año en el que habías llegado a pensar que tus noches por fin se habían hecho para dormir y no para andar vagando como un fantasma cansado y ojeroso después de casi un año en el que habías pensado adiós y para siempre al cuerpo dolorido en las mañanas a la cama fatigada de vueltas para un lado y para el otro a las sábanas como acordeones húmedos de desvelos sudorosos a los quejidos nocturnos de las cañerías y los suelos a las películas aptas sólo para espectadores insomnes siempre con protagonistas deformes que cobran vida de repente y van llenando de intranquilidades las paredes del dormitorio hasta que los primeros rayos del sol los devuelven a su quietismo como a vampiros heri- 78 / VIVIÁN MONTERO 2° CONCURSO NACIONAL DE CUENTOS BREVES "PACO ESPINOLA" / 79 dos a sus oscuros resguardos para no ser más que inofensivas sombras y amistosas manchas de humedad conocidos habitantes diurnos de la vieja casa que como vos tampoco duermen por las noches acá estás de nuevo y no debería sorprenderte sentada tres y media de la mañana ensayando viejos trucos con los mismos viejos resultados o sea ninguno pero qué importa porque igual qué otra cosa vas a hacer si dormir no podés y la noche es tan lenta y afuera llueve y hace tanto frío y todo el mundo duerme menos vos y entonces te ponés otro saco encima del que ya tenés arriba del pijama de franela gruesa y das una vuelta entera por la casa y prendés y apagás luces y abrís la heladera pero no te apetece nada así que volvés a cerrarla y agarrás una hoja en blanco y una lapicera y pensás en hacer la lista de la compra pero te quedás mirando la hoja sin saber qué escribir porque te cansa sólo pensarlo y además para qué si seguro que después dejás la lista olvidada encima de la mesa de la cocina y terminás paseando largo rato por el supermercado como siempre metiendo en el carrito lo que vas descubriendo al azar entre las góndolas llenas de ofertas que no precisás así que dejás la lapicera y volvés a calentar agua para un té esta vez de manzanilla y cuando está pronto lo llevás al comedor y te sentás a la mesa y mirás el humo que sube del líquido amarilloverdoso y rodeás la taza con las manos para sentir todo el calor que va subiendo por tus palmas y la acercás a tu cara y soplás un poco y la columnita de humo se deshace por unos segundos y aprovechás y tomás el primer sorbo que te calienta los labios y la boca y baja despacio hasta tu estómago y después dejás la taza sobre la mesa y vas hasta la biblioteca y empezás a buscar un libro uno aburrido que te haga cerrar los ojos o uno interesante y entretenido que te haga olvidar el insomnio y los ruidos nocturnos de la casa y las horas que no pasan pero te cuesta elegir así que agarrás cuatro o cinco y los llevas contigo hasta la mesa y volvés a sentarte y a tomar el té sin decidirte a abrirlos porque ya sabés lo inquietas que se ponen las letras en noches como ésta y cuánto cuesta que se queden inmóviles y juiciosas en la palabra que les tocó en suerte en vez de inventar danzas frenéticas y andar saltando de renglón en renglón como si estuvieran en medio de un aquelarre en un bosque con luna llena y sabés que es inútil acostarte y mucho peor intentar dormir y te acordás de Juanjo y te das cuenta cuánto hacía que no pensabas en él pero claro que es mucho más fácil no acordarse cuando uno duerme por las noches como dormiste vos durante casi un año hasta que de nuevo acá sentada qué habrá pasado para que de nuevo acá sentada pero sabés bien que no pasó nada como tampoco pasó nada para que casi un año antes una mañana te sorprendieras despertando y después otra y después otra más hasta que de a poco se te fue el asombro y empezó a ser normal despertarte como la gente normal y hasta soñar algunas noches cosa que ya ni sabías lo que era salvo esas alucinaciones atormentadas y tormentosas de la vigilia constante salvo esas pesadillas que invadían tu realidad porque no podían invadir tus sueños y que te hacían sobresaltar y temblar en cualquier lado en la calle en la oficina en el ómnibus en cualquier lado porque el mundo se había vuelto un lugar tan inseguro tan movedizo y curvo que parecía que nada ni las paredes ni los pisos ni los edificios ni los árboles ni ninguna otra cosa respetaba las leyes de la física y todo se transformaba a su antojo y nunca sabías dónde apoyar los pies porque nada era rígido y nada era quieto y nada era recto y así que como nada sucedió entonces para que empezaras a despertarte en las mañanas nada sucedió tampoco ahora para que estés acá sentada tomando un té de manzanilla que ya está frío y acordándote de Juanjo después de tanto tiempo quizás sólo tuviste algo así como unas vacaciones pero de las vacaciones siempre se vuelve por más que sean largas por más que duren casi un año casi un año durmiendo y ahora a quedarse despierta quizás un año más de última si lo pensás bien tal vez sólo sea que tus días y tus noches son mucho muchísimo más largos que los de los demás muchísimo más largos que los de Juanjo por ejemplo que un día se fue y se llevó sus cosas y entre sus cosas se llevó todos los cuadros porque todos los cuadros eran suyos así como todos los libros eran tuyos y la casa quedó desnuda durante bastante tiempo hasta que una mañana cuando vos ya despertabas y estabas contenta y tenías energía y ganas porque habías dormido bien miraste las paredes y descubriste que estaban muy vacías y saliste y volviste con un cuadro y lo colgaste en la pared sobre el sillón justo encima de la marca que había deja- 80 / VIVIÁN MONTERO 2° CONCURSO NACIONAL DE CUENTOS BREVES "PACO ESPINOLA" / 81 do otro cuadro que ya no estaba allí y que por más que lo intentabas no lograbas recordar y ahora lo mirás y pensás en esa mañana en que lo elegiste no porque era una reproducción de un cuadro de Picasso aunque siempre te gustó Picasso sino porque el nombre The Dream y lo que representaba era una forma de celebrar tu propio sueño recobrado y seguro que no pensaste entonces que una noche fría y larga como esta la estarías mirando a ella a la mujer del cuadro vos mujer insomne espiando y envidiando el sueño de una mujer durmiendo en un cuadro de Picasso colgado encima del sillón en el mismo lugar donde antes hubo otro cuadro que ahora ya no está ella la mujer del cuadro con su rostro plácidamente recostado sobre el hombro derecho un poco alzado los brazos rebosantes de carnes las manos entrelazadas en su regazo los ojos cerrados y un pecho redondito que las sombras ocres y sutiles dejaron salirse del vestido con otro redondelito mucho más pequeño como un pezón ingenuo y vos la mujer despierta fuera del cuadro la mirás y la envidiás mientras cruzás los brazos delante de tu cuerpo no para evitar que se escape un pecho sino para cerrarte más el saco porque el aire está helado aunque todo está cerrado y casi no sentís los pies e imaginás tus orejas pálidas de frío y cuanto más la mirás dormir a ella a la mujer del cuadro más despierta estás vos como una maldición igual que te pasaba cuando mirabas dormir a Juanjo y sentías esa especie de rencor que sabías infundado tonto injusto e infantil pero que no por eso dejabas de sentir como tampoco dejabas de pensar cómo puede dormir así mientras yo vago por la casa mientras paso las noches como un fantasma desmayado cómo diablos puede dormir así sin darse cuenta que no estoy que mi cuerpo no está ahí tendido cálido a su lado cómo puede irse tan lejos y dejarme tan sola y tan despierta y no importarle y mientras pensabas no apartabas la vista de su cuerpo dormido y lo veías moverse y darse vueltas buscando la posición más cómoda en la cama lo veías estirar los brazos y las piernas sin notar tu ausencia y no dejabas de mirarlo como no dejás de mirarla ahora a ella a la mujer del cuadro que también se ha movido en su sueño tranquilo porque de repente su rostro parece haberse escindido en dos y ya no descansa la cabeza suavemente sobre el hombro derecho un poco alzado sino que te muestra su perfil que se dibuja en la parte inferior de lo que antes era su rostro de frente mientras en la mitad superior aparece algo otra cosa una sombra más oscura un símbolo fálico y vos la mirás y la mirás y ya no hay nada del rostro que dormía de frente sólo el perfil y el símbolo fálico y pensás en Juanjo no no mentira mejor dejémonos de eufemismos si siempre odiaste los eufemismos y lo que aparece en el cuadro en la mitad superior del rostro partido de la mujer que se dio vuelta durmiendo no es un símbolo fálico sino un pene así sin más un verdadero miembro de hombre perfectamente dibujado sobre y dentro del rostro de la mujer del cuadro y vos no pensás en Juanjo sino en sexo que no es lo mismo que no es lo mismo y también pensás Picasso pícaro Picasso pintaste no sólo a la mujer dormida sino también al sueño de la mujer que duerme que duerme un sueño que ya no es tan inocente que ya no es tan redondelito chiquitito de pezón ingenuo y no podés evitar pensar que a tu vida le falta sueño y que quizás también le falte sexo y pensás cómo puede dormir así esta mujer si yo la estoy mirando cómo puede ella la mujer del cuadro soñar sin vergüenzas su sueño voluptuoso si yo estoy acá viéndola desde este lado yo acá sentada cuatro de la mañana secándome en el frío de esta noche lluviosa de esta noche eterna yo mujer fantasma insomne mirándola a ella mujer del cuadro que duerme y sueña llena y pensás qué no daría yo por ser ella aunque más no fuera por una sola de estas noches largas aunque más no fuera por uno sólo de esos sueños de ella y pensás por qué no cerrar los ojos e intentarlo si total qué puedo perder si total dormir no puedo si total hace tanto frío y llueve y las horas que no pasan cerrar los ojos con fuerza y quizás quién sabe de repente hasta dure un año cerrar los ojos no ser más yo la mujer insomne la que mira atravesar el vidrio entrar dentro del marco yo mujer que duerme mujer que sueña ocupar ese sillón abandonar suavemente las manos en el regazo apoyar plácidamente la cabeza sobre el hombro derecho un poco alzado yo la mujer del cuadro vestirme de marrones y de sensuales dorados yo sólo mujer trazos sólo posibilidades en el pincel de Picasso MENCIÓN APLASTADA Antonio Moreira Corrí detrás de ti, tropecé en tus libros y caí por el balcón. La primera bocanada de aire estuvo llena de miedo y estupor, pero en el siguiente cuarto de segundo me inflé de seguridad y decidí que estallaría reventándome allá abajo. A partir de esta decisión volaría loca y triunfante porque dominaba mi futuro. Caía y caía mi rostro oliendo la madrugada y yo peinándome el pelo hacia el oeste. Mientras me succionaba la gravedad, en las ventanas veía amores, televisores, soledad... Una mujer quiso unirse a mi viaje, me lo gritó... le dije que no, porque esta era mi caída, ¡era mía! Mirá si al día siguiente los peatones comentaran que habíamos decidido poner fin a un sufrimiento común... No podría soportar la idea de tener algo común con la del 402. Por algunos segundos supe saborear algo de arrepentimiento porque sin darme cuenta estaba usando un vestido rojo horroroso que tenía, y eso le aportaría a la situación un dramatismo totalmente innecesario. “Soy una mujer grande”– me dije a mi misma, reprochándome haber descuidado el vestuario para la ocasión, ¡era como casarme vestida de payaso!, podría haber usado una solerita blanca que me regalaste en mi cumpleaños, tenia unos enormes floripondios turquesas, cosa que yo aborrecía totalmente, que quedarían hermosos manchados de sangre. Pero de todas formas nada podía hacer ahora. Uno de mis zapatos se desprendió de mi cuerpo, cayendo en la terraza de Doña Carmen. Ya puedo imaginarme que en la mañana siguiente (antes de enterarse de mi descenso) 84 / ANTONIO MOREIRA 2° CONCURSO NACIONAL DE CUENTOS BREVES "PACO ESPINOLA" / 85 trataría de encontrar un significado místico y mágico para la aparición de esa sandalia en su casa. ¿Qué mensaje apocalíptico traería encubierto aquel objeto? Se preguntaría la mujer, mientras acaricia a su gato y desayuna. Doy vuelta mi cuerpo para observar el tránsito, y me doy cuenta del estorbo en que se volverá mi cuerpo en algunos minutos y eso me molesta. Mientras pienso en la vida y miro hacia abajo, te veo salir del edificio, y tal como lo sospechaba, ella te esperaba en la puerta. Veo que se besan y hago fuerza con mi cuerpo para caer más rápido, pero no logro alterar la velocidad en la que voy... es como si empujara un tren en marcha... Entonces grito. Y grito tan fuerte que podría rajar los vidrios y las columnas del edificio y todo esa impotencia me llena de odio, y me doy cuenta de que así sí caigo mas rápido, porque el odio pesa, y pesa mucho.. Entonces cuando ya me imaginaba a ella aplastada bajo mi cuerpo tu miras para arriba. Tu estupor al verme me llena de vergüenza y debo confesar que casi doy marcha atrás, porque no me gusta sentirme así, humillada, y nunca quise que me vieras como una mujer desesperada y suicida. Luego de mirarme, bajas la cabeza y la agarras a ella, la abrazas y las besas como si no hubiera mas nada en el mundo. Como si morir con ella a tu lado fuera la gloria, y yo aplastándolos completaría el cuadro que se titularía ”PAREJA ENAMORADA APLASTADA POR SUICIDA VENGATIVA DE BUEN GUSTO CUESTIONABLE”... Entonces eso sí que no, ¡encima con ese vestido rojo! En poquísimos segundos me tranquilicé y decidí que seguiría mi vida sin vos y que además te daría una buena lección. Fui aminorando la velocidad, me arreglé el cabello, sequé mis lágrimas y ya para el primer entrepiso estaba decentemente prolija. Me bajé tranquilamente entre los dos, los saludé con cordialidad y seguí caminando por la acera. ¡Ella no podía creer lo que acababa de ver! ¡No podía creer de lo que era capaz yo! ¡Nadie podía creer lo que hice! Todos los que me declaraban loca y descontrolada se doblegarían ante mí. Y aunque les cueste creer, esa fue la verdad, no me arrepiento de nada y gracias a mi nueva forma de ser me controlé todo lo que pude, pero eso sí, me di vuelta, me saqué el vestido rojo y seguí desnuda delante de todos! Al día siguiente todos los vecinos comentaban lo que había pasado en la noche anterior, y se decía “UNA MUJER CON HIJOS CHIQUITOS ... QUE SE TIRE POR LA VENTANA PUEDE SER... PERO... ¿ANDAR DESNUDA POR AHI?” MENCIÓN DE AMÉRICA Y DEL MUNDO Germán Ríos El volante derecho escapó por la punta, acelerando la corrida y escapando en velocidad de su marcador; setenta mil personas se levantaron de sus asientos en el estadio y otros millones en sus casas, en bares y pizzerías de todo el territorio nacional, o en clubes de uruguayos en el extranjero; muchos frente al televisor, ya fuera grande, pequeño, mediano, propio o ajeno, se viese bien o mal; otros tantos con la oreja pegada a la radio donde el benemérito relator de turno triplicaba las acciones del player charrúa que se acercaba al área pelota en pie, al tiempo que se levantaba también del corazón a la garganta del pueblo entero el grito desgarrador de gol, que chocaba en un gran número de casos con los genitales que como es obvio también habían trepado de la entrepierna a la laringe y el fainá no los bajaba, por ser genitales gigantes y aguerridos como caracterizaba a todos los hombres oriundos de aquella tierra hermosa y gentil como ninguna, orientales de ley y de sangre caliente, al decir del benemérito y ya enronquecido relator; levantó también, aunque apenas unos centímetros la cabeza el volante derecho, y viendo venir a dos compañeros junto a él, picando hacia el corazón del área, levantó, ya no la cabeza sino el centro de la muerte, la última pelota, la definitiva, la que tenía que ser gol porque iba a haber tres millones de almas empujándola a las redes; voló el centro infartante, inacabable, levantado en el tiempo y el espacio justos, sobre todo el tiempo, que se iba, y que no acompañó al zaguero rival que llegó un segundo tarde para 88 / GERMÁN RÍOS 2° CONCURSO NACIONAL DE CUENTOS BREVES "PACO ESPINOLA" / 89 obstruir la jugada y tirar la pelota al corner, yendo acto seguido a poner la bañadera en el arco para evitar la conquista celeste, pero esto no ocurrió, claro, porque un segundo antes y con cara interna del pie el volante la mandó por aire siendo que eran muchos ya los que la estaban esperando; el centro eterno y fatídico se elevó con gracia cruzando el área de lado a lado con incontables ojos clavados, incluyendo los del atemorizado guardameta que también clavado se quedó, pero a la línea de cal, irresoluto, sin poder salir a despejar con los puños ni a cortar el disparo en mitad del trayecto, razón por la cual el mismo llegó con precisión milimétrica al once, que venía por izquierda con la camiseta henchida por el viento, ese mismísimo viento que hacía ondular el pabellón patrio, y de sólo pensarlo al tipo se le inflamó el pecho, los ojos se abrieron como nunca, las mandíbulas chocaron con la fuerza de dos locomotoras, el sudor fluyó a borbotones sobre la cara desfigurada por el esfuerzo y el once acomodó el cuerpo para llenarse el botín, para reventar el balón de cuero; los contrincantes lo advirtieron: uno de los defensas se tiró con todo a tratar de interceptar el remate pues ya la patria sabría recompensarle la entrega con gloria y antiinflamatorios, y el arquero, por su parte, voló en palomita hacia donde pensó que saldría impulsado el cañonazo pero en ese preciso instante nació con su haz de luz esa solidaridad noble y altruista que siempre fue distintiva de los hijos de este suelo como nunca existieron dos, y el filántropo once mató la pelota con el pie, enajenando el heroísmo y cediéndoselo por completo y desinteresadamente al nueve, que avanzó solito, sin marcas hacia el punto del penal, a donde había ido a rodar mansamente el esférico frente al arco desprotegido, con el golero ya caído para cualquier lado y el defensa que se había comido el amague, reventala dijeron todos y el nueve sabiendo cumplir la reventó nomás, poniendo el alma y la vida en el puntazo; desde el talud hasta la platea, como un maremoto, la gente gritó instintivamente gol y se abrazó emocionada, excepto en el anillo superior a donde fue a terminar la pelota luego de pasar doscientos treinta centímetros por encima del travesaño, ante lo cual se acallaron las voces y desde la platea al talud el estadio se derrumbó fúnebremente entre susurros de lo erró, aunque aquello no duró más que un segundo porque enseguida desde las tribunas empezaron a llover torrencialmente los improperios sobre el desafortuna- do nueve y todos los integrantes femeninos de su familia causando un alboroto tal que apenas se alcanzó a escuchar el pitazo del árbitro que marcaba el final del cotejo y señalaba que Uruguay volvía a quedar fuera de un mundial; ha de haber sido eso o que nadie logró distinguir aquel sonido entre la silbatina generalizada que ya se había extendido no solamente al pobre nueve que desconsolado seguía tomándose la cabeza con ambas manos sino a la decena de pataduras que lo acompañaban, y que lo habían ayudado en la tarea de hundir y mancillar el ya de por sí devaluado balompié de nuestro país; pero obviamente nadie irá a creer que en un conglomerado de tres millones de seres humanos no hubo ningún cristiano sensato con la mente lo bastante fría y lúcida como para poder razonar con calma, por supuesto que lo hubo, y fue por ese motivo que más de uno tuvo el buen tino de hacerle ver a la gente que si el infeliz ese había estado en la cancha para errar el gol y eliminarlos otra vez de la Copa del Mundo era porque alguien lo había puesto allí, y que si la selección era un compilado de horrorosos que no le podían ganar a nadie era porque alguien había convocado a dichos horrorosos, y así muchos se fueron contagiando de ese pensamiento por lo cual el entrenador tampoco se salvó, ni su madre ni su hermana, sino que recibieron por igual los insultos y los reclamos puesto que los dos o tres sensatos que contagiaban al resto siguieron dando manija al recordar que el apátrida nueve había estado en el campo de juego para cometer aquel horror mientras que Menecucho, el verdadero crac, el que de seguro jamás hubiese fallado en esa jugada, el que sí sabía hacer goles, el único y legítimo prócer de ese seleccionado había visto con impotencia la caída del equipo y lo que es peor comiendo banco como un gil y todo por culpa del cornudo del técnico que lo había dejado afuera, y en el eco empezaron a sonar todos los nombres de los genios futbolísticos a quienes el susodicho no había tenido en cuenta a la hora de armar el cuadro; así fue que siguieron las manifestaciones de desprecio por parte del público a las que se sumaron otros sensatos aún más sensatos que a voz en cuello denunciaron el hecho evidente de que el problema venía de más arriba, y no precisamente en referencia a la pelota que había ido a parar a la estratósfera sino a la tropilla de corruptos y cagatintas que conformaban la dirigencia del fútbol, todo un cáncer de la nación y reflejo de la realidad que en todos 90 / GERMÁN RÍOS 2° CONCURSO NACIONAL DE CUENTOS BREVES "PACO ESPINOLA" / 91 los aspectos, no sólo en el deporte, aquejaban la vida del país ya acostumbrado a los fracasos y la mediocridad; a todo ese tumulto se sumaron los memoriosos, quienes impulsaron una nueva danza de nombres de los caudillos de antaño, aquellos que forjaron las glorias pasadas en tiempos en que los hombres eran hombres y al fúbol se jugaba por amor a la camiseta, cuando los chorros tenían códigos y si a uno le injuriaban a la madre había que pelearse o pelearse porque si uno no se peleaba era maula, que el respeto se imponía como materia obligada che, cuando comprarte un auto te salía tres mil quinientos pesos y la nafta estaba en veintiún centésimos, y la juventud que en ese entonces era sana podía salir tranquilamente a cabecear dragonas y a convidarlas con Bidú bajo la atenta y cercana mirada de la madre, y había afilador y leche en botella y cines barriales y corsos y quintas y tranvías que luego fueron troles y anarcos a los tiros por la calle y un amplio etcétera canejo, y mientras tanto en las radios, que dicho sea de paso en tiempos de Walter Gómez eran unos terribles armatostes, se escuchaba al indignado comentarista de turno haciendo las mismas evocaciones y reivindicaciones, la Suiza de América, Maracaná, se deben estar revolcando en la tumba, con la única salvedad de que omitía el canejo y todos los estertores que seguían recayendo sobre el villano nueve a quien una y mil veces acusaron de tener un miembro viril en el pie, en la cabeza, o incluso de ser de los pies a la cabeza un miembro viril al igual que sus compañeros, engendrados todos por señoras que ofrecían favores sexuales a cambio de dinero; el torbellino siguió y los sensatos, los queridos sensatos reaparecieron con su raciocinio superior a repartir equitativamente las culpas e impartir justicia como no había sabido hacerlo el cuervo del árbitro, de quien vale decir que su madre no era más puritana que la del nueve o la de cualquiera de los otros jugadores, secundado por los asistentes porque al cinco lo agarraron de la casaca adentro del área en un corner y no cobró nada, era penal y roja, y el offside con que anularon el gol del siete lo vio sólo el línea, un afane, estaba habilitado, pero un país chiquito, de tres millones de habitantes qué querés, se avivan y nos joden siempre; tres millones de excusas encontraba la gente salvo por aquellos realistas que llenos de resignación pero con los pies en la tierra concientizaban a sus compatriotas, somos horribles che, vamo' a decir la verdad, y de esa manera se negaban a hacerse trampas al solitario, ardiendo en cambio en el caldero del conformismo, un caldero lleno de dignidad eso sí, y sin mentiras porque nadie puede negar que jugamos espantosamente mal; a ese pensamiento se sumaron los que, envestidos en gorro, camiseta y bandera nacional a modo de capa, pintadas las caras de celeste y portando corneta sonreían a quienes se les cruzara diciendo bien hecho que perdimos, somos un desastre, yo dije que íbamos a quedar afuera, por lo menos ahora echan a toda esta manga de perros, que eran los mismos perros que habían fracasado cuatro años atrás y volverían a hacerlo luego, siempre apoyados por los mismos que auguraban y reclamaban su despido deshonroso por la puerta de atrás cada vez que perdían, y que nadie entendía entonces qué era lo que hacían ahí pintados y cantando soy celeste, a qué habían ido al estadio y si lo que buscaban con sus palabras era convencer a los demás o autoconvencerse de que el resultado adverso lejos de amargarlos los llenaba de alegría y regocijo; los sabios, los verdaderos sabios, cabeza gacha y expresión triste, optaron por el silencio siendo evidente minoría contra la clase predominante que venía como una turba cortando cabezas a diestra y siniestra, defenestrando todo y a todos y acrecentando el mal humor reinante a lo largo y ancho de toda la república, mal humor que se hizo sentir en los bares donde los mozos no vieron un peso de propina ni siquiera de los que decían estar saltando de contentos por la derrota, y tuvieron encima que bancarse en varias ocasiones algún tono de voz demasiado elevado o alguna palabra fuerte de los clientes que se iban echando humo por las orejas de la bronca; muchos mozos sintieron el deseo de contestarles bueno imbécil yo no tengo la culpa, yo también soy uruguayo y estoy caliente como vos y me la tengo que aguantar, pero efectivamente se aguantaron por miedo a que el patrón fuese un poco más sofisticado o cruel que el oriental promedio y no satisfecho con insultar y echar culpas canalizara la rabia dándole calle a un empleado; en el estadio la gente se amasijó, se golpeó, se apretó, se empujó y se agravió mutuamente porque la calentura era grande y la salida pequeña, y la tromba enfurecida quería abandonar lo más pronto posible el escenario deportivo para dejar atrás el trago amargo de la derrota, olvidarlo por completo, como fuera, generándose por tanto gigantescas aglomeraciones ya que poco importaba que 92 / GERMÁN RÍOS hubiera que pasar por arriba de otras personas reventándolas a codazos para salir, y más insignificante aún era que dichas personas fuesen prójimo, es decir, compañeros iguales a uno con los que existía un vínculo fraternal de odio común y compartido que seguramente en otras circunstancias los hubiese llevado a andar, no codo con codo o codo con cara como ahora lo hacían, pero sí hombro con hombro y antorcha con antorcha a prenderle fuego todos juntos y mancomunados como una gran familia a la casa del nueve y de todos los traidores a la casaca; muy por el contrario el gol errado y la clasificación perdida dividieron al pueblo en tres millones de individualidades, cada una de ellas con dos millones novecientos noventa y nueve mil novecientos noventa y nueve enemigos sin distinción de sangre pues la sangre sólo importaba cuando brotaba de una nariz ajena provocando un dolor que instaba al damnificado a abrir el paso; de esto por siempre daría fe aquel niño a quien su propio padre, que había querido compartir con su único hijo la emoción de ver a la celeste entrando en un mundial y ahora iba con los ojos desorbitados largando espuma por la boca mientras magullaba y era magullado, tomó con brutal fuerza y ninguna delicadeza de la frágil muñeca ya enrojecida por la presión de los dedos que le quedarían marcados en la posteridad y rematada en una manito azul violácea por la falta de circulación, para arrastrarlo violentamente entre la gente pese a los desesperados alaridos de dolor que emitía; ese mismo niño estrenó ese día el fracaso, puesto que era la primera vez que iba al estadio a ver a la selección, máxime en un partido tan decisivo, y en consecuencia, lleno de inocencia y candidez, y desacostumbrado a semejante desbarajuste popular, a tal desamor paternal y al vocabulario escatológico que oía por doquier a su alrededor, no hacía otra cosa sino preguntarse, al escuchar los comentarios que hacía la gente, cómo era posible que en un conglomerado de tres millones de personas que de seguro hubiesen convertido ese gol, la pelota hubiera ido a parar justo a los pies de aquel nueve mala leche. MENCIÓN LA NIEBLA Gonzalo Rodríguez Llevaban varias horas de viaje y el sol se había puesto minutos antes, insinuándose ya una noche tan fría y húmeda, como oscura. Había luna nueva. –¿Pensaste cuánto se van a sorprender? – dijo Raúl de improviso, con un entusiasmo casi infantil. –Debiéramos haberles avisado... No me parece correcto... – Él la interrumpió –: Te digo que estés tranquila, los conozco muy bien y sé cómo nos quieren. Martha también quería a los tíos de Raúl. Había aprendido a hacerlo en los quince años que llevaba junto a él. –No te preocupes – continuó Raúl –, en menos de dos horas llegamos y todos contentos... ¡Hace cinco años...! Los árboles a los bordes de la carretera no eran más que irregulares muros negros flanqueando el automóvil. En pocos minutos, no se distinguirían de la creciente negrura del cielo. –¡Tanto tiempo! Eso fue cuando lo de tus padres... Bueno... No quise recordarlo ahora... Fue impulsivo... Martha entristeció al decirlo. Guzmán y Alicia eran la única familia que quedaba a Raúl. Él guardó silencio un instante, pero se animó enseguida. –Sabes, veo a mi padre en Guzmán, se parecen tanto... Me hace pensar que papá vive aún... 94 / GONZALO RODRÍGUEZ 2° CONCURSO NACIONAL DE CUENTOS BREVES "PACO ESPINOLA" / 95 Ambos callaron. La senda que tenían delante no era más que dos líneas blancas a los costados, deslucidas por falta de mantenimiento, y una amarilla al centro, intermitente y no mejor que las otras, todo sobre un fondo gris oscuro. El cielo y el follaje ya eran un solo color, salvo donde los focos daban indirectamente a ambos lados. No transcurrió mucho tiempo, cuando un banco de niebla apareció de improviso. Instintivamente, Martha disminuyó la velocidad. –No puedo con esto... Me da miedo... No me siento segura... Bastó detenerse brevemente, para que Raúl tomara el volante y ella ocupara el asiento a su lado. Reiniciaron la marcha. La niebla no retrocedía; antes bien, su espesura y humedad obligaron a Raúl a accionar los limpia parabrisas. El agua que se acumulaba en el cristal delantero y la nube que los tragaba, no les permitían ver más allá de pocos metros. Para colmo, el tramo que restaba para llegar al poblado de sus tíos era sinuoso y estaba mal señalizado. Inesperadamente, de lo profundo de la niebla frente a ellos, surgieron con nitidez dos pares de luces rojas. Eran como cuatro ojos flotando en la bruma. A medida que se acercaban, se iban posando sobre el brillante metal de la parte posterior de un coche, que rodaba sin prisa. Por algún motivo sintieron un cierto alivio. Quizá por no estar tan solos ahora. –No te acerques mucho... –Tranquila, no soy imprudente... Es un auto grande... Marchaba con calma, con cierta arrogancia frente a ellos. Sus partes cromadas devolvían destellos chispeantes. No se distinguían detalles, salvo que era de color claro, quizá verde. A través del parabrisas trasero, el contraste de luces dejó ver una silueta al volante. Lo siguieron unos minutos, hasta que la irregular neblina cedió levemente. Raúl esperó un instante, pero su escolta no aumentaba la velocidad. Él estaba más seguro ahora e intentaba adelantarlo, cuando aquel auto encendió la señal intermitente izquierda. Dudó un momento y pensó que, según códigos de la carretera qué él conocía, estaría recibiendo un mensaje. –¡Dice que no lo adelantes! – exclamó de pronto Martha. – Ya sé. Pero, no hay tránsito en ésta dirección, no se ven luces en la carretera... Como una respuesta, surgió de la negrura un enorme camión que pasó al lado de ellos en dirección contraria. – ¡Te lo dije! – Raúl no contestó. Unos instantes después, la niebla casi había desaparecido. Ante la monótona marcha del auto que los acompañaba, él se dispuso a sobrepasarlo, esta vez agudizando su vista. La oscuridad era tal que no cabía la posibilidad de encontrarse con algún vehículo en sentido contrario sin ver primero sus luces a la distancia. Aceleró. Martha se puso tensa pero no dijo nada. Pasó junto al coche cuyo verde claro resplandeció a la derecha. Por un breve instante, vieron el techo blanco de la cabina, y los brillantes vidrios de las ventanas. Pero pronto se persuadieron de que la maniobra no había mejorado las cosas: el espeso banco volvió a abrazarlos. –¿Qué pasa? ¡La niebla otra vez! –Más despacio, Raúl. ¡Esto no termina nunca! La visibilidad era casi nula, y la carretera no mostraba ya líneas que pudieran guiarlos por la senda correcta. Las curvas eran imprevisibles. El gran auto verde les seguía, pegado a ellos. Por el espejo retrovisor, vieron que hacía guiños con sus focos frontales. Enseguida pasó por la izquierda. El grave y sordo sonido del poderoso motor a su lado les provocó una mezcla de admiración y escalofrío. En silencio ambos, vieron que nuevamente estaba delante de ellos. Esa presencia les daba seguridad. La señal intermitente de aquel coche los instaba a no pasar, lo que esta vez no dudaron. Enseguida, en una curva que ni siquiera habrían intuido a no ser porque su guía viraba levemente, llevándolos con él, un vehículo pasó a su lado en la dirección contraria. –Pero, ¡qué vista tiene, sea quien sea que esté allí! –Déjalo, no adelantes, estoy más tranquila así... Solo lo seguimos y ya está. No podemos ir más rápido. Aceptaron la situación con naturalidad. Durante media hora marcharon en silencio. De improviso, Martha comentó: –¿Viste bien ese auto? 96 / GONZALO RODRÍGUEZ 2° CONCURSO NACIONAL DE CUENTOS BREVES "PACO ESPINOLA" / 97 –Estaba pensando en eso–. Callaron unos instantes. Era un auto antiguo. Un Packard. Guzmán tenía uno en su garaje desde hacía muchos años. Les pareció absurda la fugaz idea que pasó por sus mentes. Él no podía caminar desde que un ataque le paralizó las piernas, mucho tiempo atrás. El hermoso Packard ostentaba sus formas y su porte delante de ellos, como un gran escudo protector. Podían ver en su gran cola el timón cromado sobre la tapa, las brillantes letras de la palabra “Clipper”, las hermosas luces traseras y el también reluciente paragolpes. No apreciaban bien los números o letras de la oscura matrícula. Delante del vehículo nada podía distinguirse por la niebla. Raúl no pensó más en rebasarlo. Las curvas y la desigualdad de la carretera lo desalentaban, amén de la visibilidad tan escasa. Se hallaban como en un sopor que les daba una inexplicable tranquilidad en esa noche tan cerrada. El auto que tenían delante era soberbio. Brillaba su verde y sus plateados. Su marcha segura los arrastraba a ellos en forma irresistible. Estaban como bajo hipnosis. –Martha... dirás que estoy loco... Pero me gusta imaginarlo... ¿Y si el tío Guzmán estuviera allí, en su Packard, llevándonos a casa?... –No pudo conducir nunca más desde que tuvo aquel ataque... Las piernas no le responden desde hace veinte años. Y su edad... ¡Qué locura! –¡Ya lo sé! Es bueno soñar. ¡Cómo quiere él su auto! Es igual... ¡Cuando se lo cuente no lo va a creer, un Packard como el suyo aquí!... Raúl pensaba en las escasas posibilidades de que ello sucediera. Hacía años ya que los mejores autos se pudrían en museos extranjeros, para solaz de algún mezquino coleccionista, que tuvo impunidad para llevárselos. La carretera siguió serpenteando peligrosamente en una oscuridad casi total, hasta que las primeras luminarias del pueblo se insinuaron, sacándolos del éxtasis en que venían sumergidos. Pronto estuvieron en los suburbios, el oasis que los recibía luego de atravesar un negro desierto. La noche había vaciado las calles del pequeño pueblo. Ahora veían bien el auto que estaba a la vanguardia. El Packard avanzaba casi por el centro de la calzada, seguro de su imponente presencia, reinando en ella. La calle estaba bien iluminada, y el camino que seguía era inconfundible: iba en dirección a la casa de los tíos. –¡Martha... Mira la matrícula! La pareja quedó paralizada por unos instantes. Habían atravesado el umbral de lo posible. Pero cuando eso pasa, se encuentran explicaciones para todo, por más absurdo que parezca. ¿Le habían oído alguna vez, hablar de operaciones o tratamientos? Quizá; en cinco años pasan cosas... Con miles de preguntas en sus mentes prosiguieron, mecánicamente. En pocos minutos vieron la casa, con el jardín siempre poblado, sugiriendo colores a la mortecina luz de un bajo farol. Del lado izquierdo, el portón de madera del garaje, blanco como la puerta principal y las ventanas. El techo tejado, con dos ventanitas de buhardilla, descansaba sobre muros de ladrillo y piedra. La chimenea fumaba su leña, exhalando una leve nube. En las dos amplias ventanas de la sala, se veía una luz amarillenta, atravesando finas cortinas blancas, cuyos pliegues deformaban las formas. El portón blanco se abrió como una gran boca, que se tragó el auto de Guzmán. Raúl dejó el suyo frente al jardín, detrás de otros dos que estaban estacionados junto a la acera. Seguido por Martha, fue de inmediato detrás de su tío, que debió haber entrado a la casa con prisa, puesto que ya no estaba en el garaje. Raúl se adelantó con ansiedad, al tiempo que Martha observó que el Packard estaba cerrado y seco, y notó que no había calor en el capó. –¡Entremos a la casa, Martha! – La sacó súbitamente de sus pensamientos. La pequeña puerta que atravesaron comunicaba el garaje con la cocina. Allí estaba el fogón y su calor familiar. Más allá, otra puerta. Tenía vidrios biselados y daba a la sala, donde estaba Alicia en un sillón, en silencio. Se sorprendieron al ver a tres personas con ella, que la escasa iluminación no les permitió reconocer. Permanecieron en el vano, indecisos. Los visitantes clavaron sus ojos en ellos. Alicia se les acercó y tomó sus manos. 98 / GONZALO RODRÍGUEZ –Yo sabía que iban a venir, aun sin llamarlos... Él también... Siguieron la mirada de Alicia, que se dirigió hacia el extremo de la sala, donde un gran arco enmarcado en brillante madera, indicaba el límite entre ella y una repartición secundaria. En el centro de esta, flanqueado por farolas de opaca luz, se alzaba un hermoso féretro de cedro. MENCIÓN EL PRIMO RAMÓN Violeta Rodríguez Cuando sonó el teléfono el hombre de ojos claros y abundante pelo rubio no se inmutó. Terminaba de apretar el vendaje oclusivo, que cubría toda su mano derecha, con la venda que la mano izquierda mantenía tensa y lisa. Sus ojos escudriñaron la mesa sobre la que se apoyaba con ambos codos y ubicó la tijera, que asomaba debajo del paquete de algodón. Sujetó con los dientes una esquina de la punta de la venda y tanteó la tijera con la izquierda, torpe y lenta, mientras mantenía cuidadosamente la mano derecha en alto, inmóvil y vertical. El teléfono volvió a sonar. Deslizó la tijera con la punta de los dedos hasta el borde de la mesa, la empuñó y la acercó a su boca para hacer un pequeño tajo en el ancho de la cinta que tensaba con los dientes. El teléfono repiqueteó por tercera vez mientras rasgaba, con un rápido tirón, un palmo de la venda que mantenía firme y tirante. Soltó la delgada cinta, ahora dividida, que quedó como una pierna diminuta colgando frente a su boca que aún sostenía, firme, la otra mitad, levantó el auricular y lo colocó contra su mejilla, apretándolo allí con el hombro izquierdo. –¿Sí?– preguntó entre dientes, quitando de ellos la punta de la venda que tensó, alerta. –¡Hola! ¿Ramón? ¿Te desperté?– la voz lejana, pero acuciante, lo inquietó. Sujetó ahora con la mano izquierda las dos puntas de la venda, tirante y firme, y con la boca ya liberada y casi pegada al teléfono, preguntó: 100 / VIOLETA RODRÍGUEZ 2° CONCURSO NACIONAL DE CUENTOS BREVES "PACO ESPINOLA" / 101 –¿Quién es? ¿Nicolás? –Sí, primo, soy yo ¿Te desperté?–insistió la voz aguda y nerviosa. –No... todavía no me acosté. Estoy ocupado …– tartamudeó. –¿Te acuerdas que ayer te dije que hoy tendría una reunión muy larga en la empresa?– prosiguió el otro frenético y atropellado– ¿Qué no sabía a qué hora nos soltarían? ¿Sabes cuánto tiempo estuvimos encerrados discutiendo ? – y sin esperar respuesta espetó– ¡ Cinco horas ! ¡Y no solucionamos nada !– casi gritaba – ¡ Pero eso no es lo peor !! Lo peor fue que cuando llegué a casa, hace más de una hora, encontré mi escritorio hecho un desastre ! ¡La caja fuerte estaba caída en el suelo, frente al armario! ¿Te acuerdas que la tenía escondida dentro de un armario, en el rincón? ¡Pues el ladrón sabía que estaba en ese armario y lo abrió con la llave! ¿Puedes creer que también sabía que la llave del armario estaba colgada en la pared, atrás de la puerta ? ¡Hola! ¿ Me estás oyendo ?¡¡Ramón!!– apremió la voz alterada . –Sí. Estoy aquí. Te oigo.. – susurró persuasivo mientras con la torpe mano izquierda pasaba, en torno a su abultada mano derecha, una de las delgadas puntas, recién rasgada, de la venda siempre tensa y tirante. –¡Lo único bueno es que no pudieron abrir la caja! El o los , como dice los policías que acudieron cuando los llamé, no pudieron robar nada porque no llegaron a romper la pared interior de la caja con los hachazos que le descargaron encima ¿Sabías que entre una pared y otra de la caja fuerte hay arena? ¡Está desparramada y mezclada con trozos de metal y de baldosas! ¡Porque hasta las baldosas del piso rompieron con tantos golpes! Agujerearon la pared de metal exterior de la caja pero no pudieron perforar la interior; tal vez porque tuvieron que huir apresurados, como opina la policía. Tal vez me oyeron llegar, dicen, aunque yo no ví ni oí nada hasta que entré al escritorio. Los policías estuvieron aquí, revisando todo por más de una hora, pero la única pista que tienen es la sangre ¡Hay sangre por todos lados! Parece que uno de ellos, si eran más de uno, se lastimó con los golpes o al tirar la caja al suelo, ¡o vaya a saberse cómo! Lo cierto es que hay un ladrón lastimado y la policía sospecha del personal que trabaja para mí acá, en mi casa. Sospechan de Humberto porque como es mi secretario y siempre está en el escritorio, sabe dónde estaba la caja y la llave del armario; lo mismo dicen de doña Irene, la limpiadora y de Francisco el jardinero, que también me hace los mandados y siempre anda por aquí. Pero yo tengo mis dudas y por eso te llamo para que me ayudes ...¿Me oyes? ¡Hola! – Sí..sí – susurró con esfuerzo el hombre rubio mientras daba un último tirón a la cinta que sujetaba con los dientes, afirmando el doble nudo que había conseguido atar; dejó caer la punta, húmeda de saliva y se disculpó– Estoy asombrado con todo eso que me cuentas pero...no creo que pueda ayudarte… – titubeó sin quitar los ojos de su mano vendada. –¡Sí, puedes! –afirmó vivamente el otro– Cuando pasaste esos tres días conmigo, acá la semana pasada; cuando entre los dos movimos cielo y tierra buscando un trabajo para tí, sin suerte alguna, lo reconozco, tuviste tiempo de conocer a esta gente ¡Estuviste con ellos! Por eso te pregunto ¿te parece que Humberto, tan serio y eficiente sea el ladrón?¿y Doña Irene con casi cincuenta años?... Aunque la policía dice que pudo pasarle información a algún pariente o amigo... ¿Y Francisco con esa pinta de….¡Oye ! –se interrumpió de pronto– ¿Por qué no vienes a pasar unos días conmigo? Te confieso que con todo esto no me queda ánimo ni coraje para estar solo... ¿Por qué no te vienes ahora mismo?– apuró ansioso. –No, no puedo –murmuró el hombre rubio, observando fijamente la roja mancha de sangre que se extendía, lenta, implacable, en el grueso vendaje de su mano derecha siempre en alto, siempre quieta– Te juro que no puedo... –empuñó el teléfono, lo afirmó frente a su boca y aclaró con voz segura y los ojos fijos en la pared de enfrente– Te dije que estaba ocupado, Nicolás. Estoy haciendo mis maletas. Un amigo que tengo en Paysandú me consiguió un empleo en la empresa donde trabaja. Tengo que viajar esta noche porque si no estoy allá mañana, sin falta, alguien va a ocupar esa vacante antes que yo. – bajó la voz – Y es muy difícil ahora conseguir trabajo... Siento mucho no poder acompañarte… –Sí, primo, te comprendo perfectamente y me alegro por ti... – afirmó el otro– ¡Vamos, hombre! ¡Es una buena noticia...– soltó una risita forzada– ¡después de todo esto!... –y luego de una breve pausa – ¡Te deseo un buen viaje y mucha suerte en Paysandú! –Gracias por todo, Nicolás –miró su mano ensangrentada– Y no te preocupes por el robo frustrado: la policía te protege y ese ladrón fracasado no lo volverá a intentar.¡Suerte! 102 / VIOLETA RODRÍGUEZ Y sin vacilar, depositó el teléfono en la horquilla, levantó el tubo, marcó un número y preguntó: –¿Es el 408 81 20 ? ¿Buquebús? ¿Puede informarme a qué hora sale el próximo viaje a Buenos Aires ? MENCIÓN EL BOCINA Alberto Sequeira El Bocina se ganó el apodo en buena ley. Nadie le regaló nada. No importaban nunca las circunstancias o el contexto. Le era indiferente que los compañeros recomendaran perfil bajo, no hacer olas. El Bocina sacaba la tuba. Son las siete de la mañana. Como todos los domingos, la red de altoparlantes del Penal regala la inconfundible voz del Mago. Como en una suerte de ritual pagano, acodados en el alféizar de la ventana, los presos están rumiando sus cosas. El silencio es de rigor, apenas alterado por el ruido de algún mate. Ahora canta “Volver”. Los versos se van sucediendo: “Con la frente marchita, las nieves del tiempo…”. Hasta que llega aquel que dice “que veinte años no es nada…”. El vozarrón del Bocina sorprende al silencio:”¡Carlitos…la puta madre que te parió!”. MENCIÓN CLARA Elena Solís Todas las mañanas me levanto como a las 7.30. Entro a trabajar a las 10, pero mi hija debe estar en el colegio a las 8.15. Mi esposo, quiero decir, mi ex esposo, la retira de casa los miércoles y viernes y la lleva al colegio. No es algo que aporte mucho al funcionamiento de nuestra familia, quiero decir de nuestra ex familia, pero lo hacemos así para que Elisa vea a su padre. Además de Elisa está Clara. Es una niña que vive, que vivía en mi placar. Desde que me divorcié tengo un pequeño departamento en el Cordón. Tiene un estar, un baño, una pequeña cocina y dos dormitorios. Uno es para Elisa y el otro para mí y Clara. La relación que existe entre Clara y yo, aunque ésta no es de mi propia sangre, es mucho más profunda e íntima que la que tengo con Elisa. Es que Clara ha estado a mi lado durante toda mi vida. La ocasión en que apareció por primera vez fue hace muchos años. Yo y mi hermana volvíamos de la escuela.Apenas traspasado el umbral sentimos una fuerza descomunal que nos tomaba del pelo. Nos sacudió las cabezas a un lado y otro, y como éramos muy pequeñas, también nuestros cuerpos. Una de nosotras cayó (no recuerdo si yo o mi hermana). Entonces recibió una patada. Ya caídas en el piso, supimos que la paliza se debía a haber jugado rin raje. La tarde anterior, habíamos estado tocando el timbre de la vecina. En cuanto ésta se asomaba a ver quién era salíamos corriendo. Era muy divertido. Una de las veces una de 106 / ELENA SOLÍS 2° CONCURSO NACIONAL DE CUENTOS BREVES "PACO ESPINOLA" / 107 nosotras dobló la esquina demasiado tarde. Fue descubierta. Al parecer, la mujer había ido a quejarse con mi madre. Ésta, a los efectos de asegurarse que no volviéramos a hacerlo, nos propinó aquella paliza. Esa noche abrí la puerta del placar. Entonces fue la primera vez que la vi. Se agazapó. Se tapó el rostro. Comenzó a temblar. Se hamacaba a un lado y otro. Pero fue muy paciente. Le conté todo lo que había sucedido. Ella me comprendió. Cuando vivíamos en la casona del Prado, ella estaba en el ropero. Se quedaba allí sentada abrazándose las rodillas, apoyando el mentón sobre las mismas. Se hamacaba adelante y atrás. Temblaba. Eso es lo que sigue haciendo ahora, treinta años después. En ocasiones, se asusta demasiado. Si abro la puerta y ella está entredormida, con el rostro tapado apoyado en las rodillas, se despierta sobresaltada y me golpea. A veces tengo que detenerla con fuerza y yo misma siento mucho miedo pues en verdad parece que quisiera lastimarme. Sin embargo, siempre me limito a frenar su violencia. Jamás la he golpeado, ni la he calumniado, ni lastimado de ninguna forma. Cuando yo era pequeña mi madre hacía eso conmigo y siempre juré por Dios que yo jamás lo haría con Elisa, ¿por qué iba a hacerlo con Clara? Ahora me divorcié y me mudé al departamento. Estoy bastante triste. Suelo pasarme las noches hablando con la pobre Clara. Quizás abuso de su paciencia de pobre niña temblorosa. Pero ¿qué puedo hacer? Esta tarde, cuando regresé de trabajar en el 121 tuve muchos inconvenientes. El ómnibus se detuvo a la altura de 18 y Magallanes por una avería. Todos los pasajeros salimos del vehículo a esperar el siguiente. Pasó uno que no se detuvo porque estaba demasiado cargado de pasajeros. Luego pasó otro que tampoco se detuvo por la misma razón. Recién a las veinte pude abordar el definitivo.Manoteé mi celular para avisarle a mi esposo, a mi ex esposo que llegaría tarde a recogerla. Pero no tenía carga. Cuando llegué a su departamento me dijo que estaba harto de mis demoras, que debía buscar el modo de llegar a tiempo pues él tenía cosas que hacer. Me di vuelta de la mano de Elisa para dirigirme a la parada del ómnibus. Crucé mi mirada con una mujer de mi edad. Volteé la cabeza para ver a dónde se dirigía. Se detuvo frente al edifico de mi esposo, de mi ex esposo. La chicharra le dio paso. Cuando llegué a casa vi que me quedaba salsa de tomate Cica en la heladera. La olí. Me pareció que estaba en buen estado. Entonces preparé unos fideos Adria con una salsa de tomate. Colé los fideos, los puse sobre una fuente de vidrio. Luego retiré la salsa del fuego. La dejé caer sobre los fideos. Revolví un poco. En ese momento sonó el teléfono. Me dirigí al estar. Atendí. Era él una vez más. Quería insistir y precisar bien el asunto de nuestros horarios. Mientras hablaba oí un ruido que provenía de la cocina. —Se cayó … —comenzó a decir Elisa, con una manopla puesta, titubeando, con esa mano extendida— Quería ayudar, pero … Todo el contenido de la fuente estaba sobre el suelo. Por el rabillo del ojo me vi reflejada en el cristal oscuro de la ventana. Algún efecto óptico hacía que me viera en éste borrosa pero gigante. Mi mano se levantó con fuerza, luego, como llevada por un impulso tremendo, fue descargada sobre ella. Elisa, por su estatura, no se reflejaba en el cristal. Oí el sonido de su cuerpo cayendo. Sentí calor e hinchazón en mi mano agresora. Quedó sobre los tallarines y la salsa de tomate. Su uniforme azul se ensució de aquel líquido rojo espeso. No dije nada y ella tampoco. Se levantó. Corrió hacia su dormitorio. Restos de tallarines y salsa de tomate fueron alineándose como la huella de Hansel y Grettel. Dio un portazo. Me senté en la cocina. Comí unas galletas. No tenía fuerzas para limpiar. Quizás dejara todo así hasta el día siguiente. En ese caso tendría que limpiar antes de ir a trabajar. Luego me dirigí a mi dormitorio. Abrí la puerta del placar maquinalmente. Comencé a hablar. Dije todo lo que había hecho mi mano. Juré que no iba a volver a suceder. Pero cuando lo hice, cuando juré, me di cuenta que ya había jurado antes y que no había cumplido. Entonces miré con detalle entre los sacos. Las piernas de Clara no estaban. Sigilosa, por miedo a que ella estuviera agazapada y dispuesta a agredirme, me acerqué. No estaba allí. Abrí la puerta del lado de los estantes. Tampoco la vi. En ese momento oí la voz de mi hija. 108 / ELENA SOLÍS Me paré en el hall de distribución. Vi la luz encendida por debajo de la puerta. Me acerqué, puse la oreja contra la madera. Oí el chirriar de su placar abriéndose. Entre sollozos, Elisa comenzó el relato de los hechos. Entré sin anunciarme. Mi hija estaba sentada en la cama. Su rostro y su cabello cubiertos de un líquido rojo espeso. El placar tenía entreabierta una de sus puertas. Dentro estaban sus sacos y sus pantalones y una pollera que usa para los cumpleaños de sus compañeras de colegio. Como todos son muy cortos, pude ver claramente la parte inferior del mueble. Allí estaba Clara. Tenía el rostro hundido entra sus manos. Estaba hecha un ovillo sobre unos viejos championes. Se hamacaba a un lado y otro. Temblaba. Se oía el golpeteo rítmico de su maxilar. Comprendí que me había abandonado. MENCIÓN CORDÓN ROTO Manuel Soriano Los jazmines están a medio morir. Boquean, sobre la vereda de la calle Guayabo, como pescados en la arena. Igual los compro. Veinte pesos la docena. “Veinte pesos es poco”, pienso. Está bien. Los jazmines no dicen perdón. Hay cinco cuadras entre el puesto de flores y nuestra casa; la mía y de mi mujer. Ahora somos dos nomás. Mi mujer es una conchudita. El tiempo la ha convertido en un desgraciado caballo. Es un viaje incómodo el mío. Un hombre camina raro con flores en la mano. Me siento observado, a cada paso, como recién salido de la peluquería. Las mujeres me miran con curiosidad o envidia. Las viejas lo hacen con ternura, con una mueca nostálgica en la boca. Nadie le regala flores a una vieja. Ellas lo saben. Sólo les queda la corona final. Doblo a la derecha por Gaboto para evitar a los muchachos del estacionamiento. No estoy de humor para cargadas. A mano derecha, antes de llegar a Rodó, hay una viejita en una ventana. Digo “hay” porque su presencia es una certeza, se da por descartada, como si fuese una puerta o un poste de luz. La ventana está en la planta baja y no tiene cortinas ni persianas. Si se recorre su vereda, es casi imposible no verla. La cara blanca, atemporal, pegada al vidrio hasta casi tocarlo. Podría confundirse con un espectro de no ser por los ojos. Sus ojos parecen de otra persona, como si se los hubiese arrancado a un niño inquieto. Su mirada persigue al que pasa durante todo el tiempo que le lleva la ventana, como una Gioconda venida a menos. Durante los dos últimos años, repetimos todas las mañanas nuestra pequeña escena. Ella me mira pasar y yo la saludo, le sonrío y hasta a 110 / MANUEL SORIANO 2° CONCURSO NACIONAL DE CUENTOS BREVES "PACO ESPINOLA" / 111 veces le saco la lengua. Luego del cruce, mientras sigo mi camino al trabajo, suelo meditar sobre nuestra relación. ¿Será que ella me recuerda? ¿Será que espera ansiosa las siete de la mañana para verme invadir el marco derecho de su ventana? A veces pienso que no, que su alegría es fingida, que da lo mismo que sea yo, el carnicero, o una mula, mientras pase un bulto que entretenga su mañana. No hubiese sido difícil sacarme la duda. Era cuestión de detenerme y mirar, pero como muchos enamorados, preferí la ceguera al desengaño. A veces intento meterme en sus zapatos. Imagino su vida como una serie infinita de cortometrajes, el que sigue borrando en su memoria al anterior. Las historias son similares pero nunca iguales: algo entra en la lente de su ventana, permanece allí un tiempo, y luego se va. A veces pienso que nuestra relación no es justa, que ella hace trampa y me descubre todos los días, mientras que para mí ya no hay sorpresa posible. Lo bueno del Alzheimer es que rompe la rutina. Por eso no le voy a regalar ni una flor. Tan solo se las muestro, pegando los pétalos amarillentos contra el vidrio de la ventana. La vieja sonríe y huele, a pesar del cristal. Cincha el perfume desde sus adentros, hasta el pecho, como si fuese el humo de un último cigarro. Sigo mi camino y la vieja parece romper en llanto. No importa. Ya lo olvidará. Ojala pudiera convidarme con un poquito de su enfermedad. Llego al boliche de la esquina. Antes era El Portal y ahora es El nuevo Portal, pero los clientes son los mismos; viejos, cansados, vencidos por la caña y el tiempo. Un veterano con pinta de tanguero me clava sus ojos desde la puerta. Mira mi ropa y mis flores, con desprecio. Me mira como a un traidor. Me gustaría contarle, pero no tengo tiempo. Apenas escondo un poco las flores entre el diario y el portafolios. Doblo a la izquierda por Rodó y encaro el tramo final de mi viaje. Ya puedo ver la punta de mi edificio. Puedo ver la ominosa ventana de nuestro dormitorio. Por suerte está Amanda sentada sobre el zócalo de la panadería. El nombre se lo puse yo, en mi cabeza. Amanda. Le sienta bien. Se ve que alguna vez fue hermosa. Su belleza resiste a las arrugas y la alienación. Amanda duerme desde hace quince años en las escalinatas de la Facultad de Derecho. Se despierta todos los días con los apurados pasos de pro- fesores y alumnos, hasta que un silbato de guardia termina de echarla. Entonces se levanta y se acomoda, por lo que queda del día, en el callejón que está a la vuelta. No da mucho trabajo la mudanza. Su vida le cabe en una bolsita de nylon negro. Ahí la veo todas las mañanas. Sentada prolijamente en un banco de madera, con su rodete gris y su cara descubierta y serena. A su alrededor los niños se hamacan y rebotan pelotas contra la pared. A Pepito le gustaba la hamaca amarilla. Con esa llegaba bien alto. Hasta tocar el cielo, decía él. Amanda no pide dinero ni le da de comer a las palomas. Tan solo toma mate, fuma y se cuida las uñas. Pasa horas mirándose las uñas, limando, limpiando, dándoles brillo, esmalte o pintura. Parece absurda tanta coquetería. ¿De qué sirven las uñas para una vida así? Ojalá mi mujer la copiara un poco. A cada rato se levanta y va hasta la puerta de la Facultad. Luego vuelve a su banco y a sus uñas. Una noche de invierno me agarró la empatía. Me le acerqué y le dije: —Hace frío. ¿Por qué no va a un refugio, señora? —No puedo, mijo. Quedé en encontrarme con mi abogado en la puerta de la Facultad. Debe estar por llegar. Linda historia la de Amanda. Se ve que en esta panadería le tiran alguna sobra para que mastique un rato. Elijo el mejor jazmín y se lo regalo. Se lo merece. Ella me da las gracias con su sonrisa elegante. Si se lo acomodara detrás de la oreja como una andaluza… Del que no me voy a salvar es del nenito que pide a la salida del super. Se llama Federico. Ése no es nombre para pedir limosna. Ya viene corriendo hacia mí. Es de la altura de una mesa. Tiene rulos y mugre. Sería rubio si no pidiera en la calle. Le regalé una pelota de fútbol para navidad. Tengo demasiadas cosas para regalarle. Debería desecharlas antes de que me desechen a mí. Ahora Federico me saluda todos los días. Me dice que la pelota se le pinchó, que cuándo le voy a traer una nueva, que quiere una con los colores de Brasil. La madre me pide una moneda desde el suelo. Namoneda. Amamanta a un bebé y se puede notar que tiene a otro en camino. ¿Díganme si no es una postal dickensiana? El viejo Charles se haría un picnic con este tipo de musas. No le doy ninguna moneda. A veces pienso en matarla y quedarme con sus hijos. 112 / MANUEL SORIANO Nadie lo notaría. Ni siquiera ellos. Le pregunto a Federico si quiere un jazmín. De qué sirve eso, me dice. Para conseguir novia, le contesto, aunque yo esté planeando lo contrario. Me lo acepta. Le sonrío y le remuevo los rulos cariñosamente. Eso es. Así manda el manual del buen compasivo. Por fin llego a mi edificio. “Familia Lamelas – Vidal”, anuncia exageradamente nuestro timbre. El portero me abre la puerta fingiendo el interés de siempre. Fútbol y meteorología, de eso hablamos. Mi mano suda y aprieta las flores en silencio. Subo catorce pisos de ascensor, repasando lo que voy a decir. Le doy la espalda al espejo. Aflojo el nudo de mi corbata y confirmo el contorno de la llave en el bolsillo de mi saco. Igual toco timbre. La puerta de entrada le sienta bien a nuestra pequeña escena. Mi mujer me abre al cabo de unos minutos. Lo hace sin ganas, casi sin mirarme a la cara. No siempre fue así. No era así cuando Pepito vivía. Por fin me mira a los ojos. Esos jazmines están muertos, me dice. Pero eso ya lo sabíamos hacía tiempo. MENCIÓN EL SOBREVIVIENTE Wellington Viola Cuando me enteré de la existencia de aquel personaje que habitaba austeramente la vieja casona de piedra a unos cuantos kilómetros del pueblo de Media Cruz, tuve la certeza de que debía visitarlo. Así fue que decidí solicitarle una entrevista por intermedio de un amigo que lo conocía. –Yo no iría a verlo– me advirtió mi amigo– ese viejo no está en sus cabales. –Con hablar no pierdo nada. A lo mejor puede hacer algún aporte valioso. Yo me hallaba preparando un estudio sobre la destrucción del VI Ejército alemán y por lo que sabía Erik Pieverling había sido protagonista de esas acciones. A pesar de su avanzada edad decían que conservaba una lucidez asombrosa y enfrentaba el tema con pasión. Cuando divisé la casa desde una loma por donde serpenteaba el camino de tierra roja, pude apreciar la figurita azul del viejo que trabajaba con un escardillo, con la calma propia de los que no están determinados por el futuro. Dejé deslizar el automóvil por la pendiente, escuchando solamente el murmullo de los neumáticos aplastando las piedras del camino, hasta que lo detuve a unos veinte metros de Erik. Su mameluco se incorporó y su cabeza quedó en el cielo como una pequeña nube. Me miró sin asombro (creo que hasta con alegría) y levantó la herramienta en señal de bienvenida. 114 / WELLINGTON VIOLA 2° CONCURSO NACIONAL DE CUENTOS BREVES "PACO ESPINOLA" / 115 Caminé hacia él y antes de lograr presentarme, dijo en un casi perfecto español: –Buenos días, amigo periodista. Sentí en mi mano la presión de sus dedos, como si estuviera estrechando una raíz. –Los yuyos le quitan fuerza a mis frutales. Tengo que combatirlos continuamente. Y comenzó a caminar delante de mí usando el escardillo a manera de báculo. El ámbito fresco de la casa de piedra fue como un bálsamo en aquella mañana calurosa de enero. El viejo se sentó en un cómodo sillón lanzando un suspiro de alivio y me invitó con una seña a hacer lo mismo en el que estaba más próximo al suyo. –Estoy algo sordo. Hable en voz alta – ordenó esta vez con un claro acento alemán. Mostró sus dientes en una sonrisa inverosímil. –Usted dirá– dijo apoyando ambas manos en las rodillas. –Señor Pieverling... –Erik –corrigió el viejo. –Erik –rectifiqué– Seguramente usted ya conoce el motivo de mi visita; yo no soy periodista, sino que tengo pretensiones de historiador. Estoy abocado al estudio de las batallas que libró el VI Ejército en el frente ruso, y como usted fue protagonista de los hechos, quisiera que me sacara algunas dudas. El viejo miró detenidamente haciendo un gesto afirmativo con la cabeza, mientras armaba diestramente una pipa. La encendió, se recostó en el sillón y estuvo entretenido mirando las volutas de humo que acariciaban los viejos tirantes de madera negra que sostenían el techo de la habitación. Luego de un lapso desalentadoramente extenso, habló clavándome sus ojos transparentes. –Cuando escriba su estudio, el humo que sale de esta pipa va a formar parte de su historia, pero no va a ser mencionado en ella, porque para usted carece de importancia. Con esto le quiero decir que la historia no se puede contar, porque está compuesta de infinitos hechos que por razones de espacio y tiempo se hace imposible detallar. –Para analizar la destrucción del VI Ejército alemán, basta con consultar un par de volúmenes que le van a brindar fechas, nombres, estadísticas sobre cantidad de muertos, prisioneros, armas utilizadas, etc. pero lo esencial, la infinidad de eventos que componen un acontecimiento, no figuran en la historia porque se experimentan individualmente y, por ende, son intransferibles. –¿Sería válido, acaso, trasmitirle a sus lectores que si al Cabo Evahart Müler no se le hubiera escapado un tiro al tropezar con una rama, toda una compañía enemiga hubiese caído en nuestras manos? Porque quizás, de no habérsele ocurrido a la naturaleza colocar una rama en ese preciso lugar, el curso de los acontecimientos habría sido diferente. –Justamente para eso he venido –acoté– para que me ilustre sobre esa clase de sucesos. –No nos alcanzaría toda una vida, porque hay algo aun más profundo, sobre lo que no estoy muy seguro que usted quiera hablar. Es más, ni siquiera creo que pueda llegar a comprenderlo. –Me gustaría saber de qué se trata –contesté airado. Entonces Erik Pieverling entrecerró los ojos; tomó un instrumento de metal y escarbó en la pipa un largo rato. Luego, como despertando de un sueño, dijo: –¿Usted quiere saber realmente quien es Erik Pieverling? –y sin esperar mi respuesta, prosiguió con vehemencia –El tema primordial, la sustancia medular de toda la historia de la humanidad, es el miedo. (Escríbalo con mayúscula, por favor). Hizo brillar nuevamente su sonrisa, que a esa altura de los acontecimientos pareció una mueca de espanto. –El miedo es la sensación, si así se le puede llamar, más intransferible, egoísta e inalienable que existe. Conoce a alguien que pueda comprender el miedo ajeno? Y levantando una mano, como para evitar cualquier interrupción, continuó: –Cuando vi rodar por el suelo la cabeza de Ludwig Buthner con los ojos girando desaforadamente y con la mandíbula emulando un acto de masticación furiosa, yo sentí su terror. 116 / WELLINGTON VIOLA También capté el espanto de Rudolf (mi amigo), hasta en sus más mínimos detalles, cuando aquellos dedos enguantados con gusto a cuero podrido, se le metieron en la boca produciéndole feroces arcadas que cesaron después que el cuchillo entró varias veces en su vientre. Yo absorbí todo el pánico de mi amigo, hasta que dejó de respirar. Comprendí que a esta altura el viejo Erik no podría dejar de hablar. Sus gestos habían perdido la calma habitual y la tensión en las manos le hacía brillar la piel. –Y yo, –continuó– paralizado en medio de aquel caos, con mi arma ya inservible, veía pasar soldados rusos a mi lado corriendo y supuestamente maldiciendo, hasta que uno de ellos se detuvo frente a mí, que ya no tenía el fusil en mis manos, y amagó varias veces hundirme la bayoneta que parecía no querer tomar contacto con mi cuerpo inmutable. Y allí, atónito, fue que pude recepcionar también la pavura de aquel hombre que no podía concretar lo que su cerebro le ordenaba. Pero no me llegó mi propio miedo. Después los vi desaparecer a él y a todos dando gritos de victoria y lo último que recuerdo es ver girar las ramas secas de un arbusto sobre mí, mientras la nieve del suelo me llenaba de frío la espalda. En ese momento, Erik dio muestras de un gran agotamiento. Deduje que había vuelto a vivir las angustias de la guerra y le sugerí que descansara. –Usted no comprende. No estoy cansado; estoy aterrorizado. Yo represento el miedo ajeno, y por causa de ello estoy vivo (o no). De ahí que no se si soy realmente Erik Pieverling; Ludwig Buthner; Rudolf o el soldado ruso, que no logró matarme. Por ese motivo me he aislado en este lugar. Para no tener que conocer gente que me trasmita su miedo. El que le indujo a que viniese a hacerme esta entrevista, o bien es un ingenuo, o un asesino, porque cuando usted salga de esta casa y mis dogos traten de despedazarlo antes de que llegue a su automóvil, yo estaré asimilando todo su terror y no sabré si soy Erik Pieverling o usted. DATOS DE LOS AUTORES Héctor Chilibroste (Buenos Aires, Argentina, 1934) Nací en la Argentina pero resido en el Uruguay, donde soy ciudadano legal.Comencé a escribir desde muy joven, pero un agudo sentido de la autocrítica hizo que el material que he descartado sea capaz de llenar varias volquetas. Comencé a hacerlo con más empeño después de jubilarme, y en 1999 obtuve una mención en el Concurso de Cuentos para Nuestros Nietos de la Fundación Lolita Rubial. He asistido a varios talleres literarios, tanto en la ciudad de Mercedes donde viví hasta el 2005, como a partir de esa fecha en que me mudé a Montevideo. En 2006 publiqué el libro de relatos "Eden Hotel y otros cuentos" (ed. Abrelabios). Marcos Ibarra (Tacuarembó, 1958) Estos son los primeros cuentos que escribo con intención de presentar a una opinión (en este caso, un concurso y su jurado). No tengo formación en talleres literarios. Publiqué el libro de historietas “Los Mutantes” en 2006 y “Odiario” en 2008, ambos en Editorial Yaugurú. Mi interés al escribirlos es abordar cierto absurdo–posible, des–solemnizar los hechos narrados, dejar fluir cierto humor para descontracturar la historia. Mi preocupación central es cómo contar la historia elegida. En mi imaginario narrativo, ese “cómo contar la historia”, podría lograr identidades más asertivas que el tema en sí. En esto, mi actividad como artista plástico y visual, ha sido buena escuela. Magdalena Miller (Montevideo, 1986) Estudiante de Periodismo en la Universidad Católica, escribe desde muy chica, sobre todo cuentos. Ha obtenido menciones en varios concursos: en 2005 en un concurso de cuentos organizado por la Intendencia de Durazno; 118 / 2° CONCURSO NACIONAL DE CUENTOS BREVES "PACO ESPINOLA" 2° CONCURSO NACIONAL DE CUENTOS BREVES "PACO ESPINOLA" / 119 en el 2007, en la 1era. edición del Concurso Nacional de Cuentos Breves “Paco Espínola”. Laura Alonso (Montevideo, 1970) Cursó Arquitectura faltándole una materia para recibirse. Escribe prosa y poesía. Obtuvo un 2do premio en el concurso de cuentos Eróticamente del Semanario la República de las Mujeres (1998). Estuvo entre los 100 mejores mini cuentos por SMS en el certamen “T cuento Q” organizado por la Biblioteca Nacional, Sopa de Letras, Radio Uruguay 1050 AM y la Cooperativa Bancaria (2007). En el 2007, publicó por Artefato editores su primer libro de cuentos: “Tres Tristes Trinidades (y otros plagios)”. Ha leído su poesía en distintos ciclos y eventos de la ciudad de Montevideo. Norma Blanco (Montevideo, 1939) Participa o participó de los siguientes talleres literarios: Profesora Helena Corbellini ( Taller A.E.U.) Milton Schinca ( de 1993 a la fecha) y Nela Calo (en A.P.L.E.R.). Ha ganado los siguientes premios: 3er. Premio año 1997 en concurso de cuento Bolboreta, en Santiago de Compostela, y ganador del concurso Cuentos de Boliche organizado por Editorial Trilce. Camilo Baráibar (Montevideo, 1985) El cuento Infidelidad fue dado a conocer en recitales literarios realizados en Ciudad de la Costa. En 2008 Camilo publicó su primera novela “Médanos” en Ediciones Trilce. Por comentarios: camilobaraibar@gmail.com. Daniel Campodónico (Montevideo, 1975) Actualmente participa de dos talleres literarios en curso, Escritura Creativa “La Tribu”, coordinado por Alberto Gallo y el Taller de lectura Centro Comunal Zonal nº 5. Ha publicado en las revistas “Tranvía 35” y “La Gaceta”. Federico de los Santos (Montevideo,1985) Dice estudiar Comunicación aunque se le ha visto por los pasillos de la Facultad de Psicología. Escribe narrativa desde hace no mucho tiempo. En 2007 editó un libro de cuentos titulado "Nada por aquí" (ed. Artefato)y colabora con una columna en el periódico mensual El Boulevard. Además de escribir es un amante consumado de la música y dice haber incursionado en la pintura con nefastos resultados. Natalia Guido (Montevideo, 1989) Soy estudiante de psicología de la Universidad Católica. Escribo desde los doce años con dedicación, aunque siempre me gustaron las letras. Desde 2006 concurro al taller literario dictado por Isabel de la Fuente. En 2004 gané una mención en el concurso de cuentos “Mi ciudad, Mi casa”, en 2005 otra en el concurso de “Pre–escritores” del PRE/U –también por un cuento–, y en 2007 una mención en el concurso Sueñapalabra de poesía, y el primer premio en el concurso Sputnik de cuentos de ciencia ficción. Lilián Hirigoyen (Montevideo, 1957) Concurre al Taller coordinado por el Prof. Lauro Marauda. Ha publicado un libro de poesía “La simetría de Urano” y participado en varias publicaciones colectivas. Tuvo mención por su nouvelle “Axis Mundi” en el “Premio anual de literatura” del año 2004 y mención en el concurso literario “Grecia cuna de civilización y cultura” 2005, Fundación María Tsakos. Juan Carlos Mántaras (Montevideo, 1940) Arquitecto. Vivió su niñez y juventud en Treinta y Tres. De recuerdos de esa época surge la temática de sus relatos. Empezó a escribir hace cinco años. En 2006 publicó tres cuentos en un compendio de Luis Neira, “Cuentos de Lobisones”. El “Paco Espínola” es el primer concurso en que participa. Vivián Montero (Montevideo, 1967) Soy Licenciada en Sociología y también cursé estudios de Literatura en el Instituto de Profesores Artigas (que no culminé). Desde hace unos seis años empecé a escribir y a asistir al taller literario de Roberto Appratto. En el año 2003 obtuve una mención en la categoría cuentos en el II Concurso de Cuentos y Poesía organizado por la Facultad de Derecho. Durante algunos meses participé en los talleres de Rafael Courtoisie y Carlos Rehermann. Actualmente concurro al taller coordinado por Dina Díaz. Antonio Moreira (Rio de Janeiro, Brasil, 1975) Ciudadano legal uruguayo. Este es mi primer cuento enviado a un concurso, escribí la obra de teatro “Pocas palabras” que durante el 2007 estuvo en cartelera en el Teatro Victoria y en el 2008 en el Museo Pedagógico. 120 / 2° CONCURSO NACIONAL DE CUENTOS BREVES "PACO ESPINOLA" 2° CONCURSO NACIONAL DE CUENTOS BREVES "PACO ESPINOLA" / 121 Germán Ríos (Artigas,1988) Fue alumno de la Escuela nº 32 Simón Bolívar, y posteriormente de los liceos Congreso de Tres Cruces y el Instituto Alfredo Vázquez Acevedo, donde a instancias de un taller literario comenzó a escribir regularmente cuentos y poemas, desde 2005. Actualmente es alumno de la Escuela de Comunicación Social de UTU y del Instituto Escuela Nacional de Bellas Artes. Gonzalo Rodríguez (Montevideo, 1955) Estudios secundarios y de UTU, y estudios musicales (profesorado de piano) Desde chico, practico todo tipo de manualidades (dibujo, historietas, cerámica, madera) Apasionado por la buena música, los automóviles clásicos, aficionado a la cocina y, tardíamente, a la lectura y la escritura, así como al conocimiento en general. Tengo tres hijos; trabajo actualmente en un Ente del Estado (Ancap). Violeta Rodríguez Arregui (Artigas, 1940) Maestra y Profesora de Pedagogía del Instituto Normal de Artigas. Publica en 1993 su libro de cuentos 'Ajenjo'; obtuvo una Mención Honorífica en el Concurso Literario Municipal, año 1998, en el Género Narrativa por su obra “El Precio del Milagro”. Realizó numerosas exposiciones de sus pinturas al óleo en Brasil y Uruguay: en Quaraì, Artigas, San José de Mayo y en Montevideo. Actualmente asiste a la Facultad de Humanidades y Ciencias en Montevideo, cursando la opción Letras y al Taller Literario 'Puro Cuento'. Alberto Sequeira (Montevideo, 1951) Estuvo recluido nueve años en el Penal de Libertad durante la última dictadura militar. En el año 2007 participa y obtiene una mención en el 1er Concurso Nacional de cuentos breves por SMS "T Cuento Q" organizado por Sopa de Letras, Radio Uruguay 1050 AM. Elena Solís (Montevideo, 1968) La valentía de intentar hacerme un lugarcito en la literatura me vino en los últimos 10 años. En el 2000 obtuve una mención en el concurso del MEC por un libro de cuentos que, con algunas modificaciones posteriores, edité en 2004: “Babosas y Fósforos”. Mi última obra terminada es una novela. Tengo muchos cuentos entrañables en el disco duro de mi máquina. “Clara” es uno de ellos. Me alegra de que encuentre su canal de luz. Manuel Soriano (Buenos Aires, Argentina, 1977) Se recibió de abogado pero ejerció poco la profesión. Desde 2005 reside en Montevideo, donde asiste al Taller Literario de Lauro Marauda y cursa desordenadamente la carrera de Letras. Ha recibido un segundo premio en el Concurso de Narrativa de Editorial Nuevo Ser, 2004. Participó en la publicación colectiva “Voces en las manos”. Publicó en 2007 el libro de cuentos: “La caricia como método de tortura.” Wellington Viola Alles (Montevideo 30/6/42–Montevideo 5/6/08) Wellington Viola falleció en junio de este año. “El último sobreviviente” es por tanto un cuento póstumo. Sus familiares agregan esta nota sobre Wellington: “Para Leticia...sin la cual no! Artista nato sin pretender serlo,fue pintor,escultor y escritor. Cuanto mas se oscureció su universo mas luz emanó.” INDICE 7 11 15 21 25 29 33 37 41 47 51 55 59 65 71 77 83 87 93 99 103 105 109 113 Acta del Jurado Monsieur Mauvais / Héctor Chilibroste Maldito Gómez / Marcos Ibarra Fue Julia / Magdalena Miller Desvío / Laura Alonso Infidelidad / Oscar Camilo Baraibar Wanda / Norma Blanco Política deportiva / Daniel Campodónico La vida de un viajante / Héctor Chilibroste Ana Cuarella: pintada al óleo / Federico de los Santos El abismo / Natalia Guido Soy Amanda Niedman / Natalia Guido La mirada en la espalda / Lilián Hirigoyen Así son las cosas / Marcos Ibarra Alegrías con historia / Juan Carlso Mántaras La mujer del cuadro / Vivian Montero Aplastada / Antonio Moreira De América y del mundo / Germán Ríos La niebla / Gonzalo Rodríguez El primo Ramón / Violeta Rodríguez El bocina / Alberto Sequeira Clara / Elena Solís Cordón roto / Manuel Soriano El sobreviviente / Wellington Viola 117 Datos de los autores CATÁLOGO YAUGURÚ 6 yo a éste lo ablando hablando. Libro de calambures de Santiago Tavella. Incluye ilustraciones del autor. Invierno 2004. 13 O (cabalga la madrugada por el lomo del sueño). CD (audio + multimedia) de Fernando Goicoechea (música) y Gustavo Wojciechowski (textículos). Coedición con Perro Andaluz Records. Invierno 2004. 2667 otras cartas/ pasajes. Libro (volumen doble) de poesía, de Inés Trabal. Coedición con Civiles iletrados. Otoño 2005. 7 p(M)atrias (poesía). CD y DVD (volumen doble) de Agamenón Castrillón & aparcería: Abel García, Héctor Numa Moraes, Charles Dos Santos Cruz, Circe Maia, Washington Benavides, Walter Ortiz y Ayala, Gustavo Wojciechowski, Álex de Álava, Luis Ravizza, Helena Arismendi y Juan C. Oreggia. Otoño-invierno 2005. 28 RIGOR MORTIS. Libro de poesía/prosa de Nelson Díaz. Invierno 2005. 53 El alma del mundo. Novela de Felipe Polleri. Invierno 2005. 5 anuario 2005. Librito de maca diseño gráfico. Verano 2006. 2 DOBLETTE. Taller Tipografía. Libro de tipografía de varios autores. Otoño 2006. 3 Migraña. Novela de Alfredo Fonticelli. Primavera 2006. 11 Los Mutantes. Historietas de Marcos Ibarra. Al finalizar 2006. 17 Entrar en el juego. Narraciones de Pablo Silva Olazábal. Al finalizar 2006. 56 anuario 2006. Librito de maca diseño gráfico. Verano 2007. 63 Palabras en el reloj. Libro de poemas de Carlos Cipriani. Otoño 2007. 73 Primer Concurso Nacional de Cuentos Premio Paco Espínola. Varios autores. 2007. 93 alloiosis. Libro de poemas de Inés Trabal. Otoño 2007. 23 DOBLETT3. Taller Tipografía. Libro de tipografía de varios autores. Invierno 2007. 12 0 varios / toda la noche. Libros de poemas de Ana Cheveski. Invierno 2007. 110 Alicia: ¿quién lo soñó? (Escenas de la vida posmoderna). Teatro de Raquel Diana. Ilustraciones de Marcos Ibarra. Invierno 2007. 24 Cuenta conmigo (de como Maite y su abuela se cuentan cuentos). Raquel Zieleniec & Maite Echartea. Ilustraciones de Cantela Echartea. Primavera 2007. 64 Como si nada. Libro de poemas de Carlos Cipriani. Primavera 2007. 29 Corporación Medusa. Novela de Nelson Díaz. Primavera 2007. 52 anuario 2007. Librito de maca diseño gráfico. Verano 2008. 77 Versión de Medea. Libro de poesía de elbio chitaro. Otoño 2008. 207 (aquí debería ir el título) Caja con postales (de poesía visual) de Gustavo Wojciechowski (maca). Otoño 2008. 4 Odiario. Libro de Marcos Ibarra. Invierno 2008. 9 Hojas de China. Libro de Gabriel Vieira. Invierno 2008. 20 20 x 20. Libro de poesía y diseño. 20 poetas argentinos interpretados por 20 diseñadores uruguayos / 20 poetas uruguayos interpretados por 20 diseñadores argentinos. Coedición con Editorial Argonauta (Buenos Aires). Invierno 2008. 73 Segundo Concurso Nacional de Cuentos Premio Paco Espínola. Varios autores. 2007. Colección RESCATE (la poesía no tiene fecha de vencimiento) Primer Serie Premio PRIMERA CONVOCATORIA A PREMIOS EDITORIALES del Centro Cultural de España 2008 1 Zafarranco solo de Cristina Carneiro (epílogo de Gustavo Wojciechowski). Primavera 2008. 2 Paracaídas de Enrique Ricardo Garet (epílogo de Luis Bravo). Primavera 2008. 3 Estructuras de Ernesto Cristiani (epílogo de Clemente Padín). Primavera 2008. 4 Las anticipaciones del ángel amargo (Obra completa) de Pedro Picatto (epílogo de Agamenón Castrillón). Primavera 2008

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