EL PREMIO PACO ESPÍNOLA por Tomás de Mattos



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    Cuando Alfredo Fonticelli y Pablo Silva Olazábal, quienes tienen a su cargo “Sopa de Letras”, el formidable programa cultural que emite CX 26 Radio Uruguay, sucesivamente nos propusieron a Sergio Sacomani y a mí, el auspicio de esa emisora y de la Biblioteca Nacional, para la organización de un concurso nacional de cuentos, dirigido primordialmente a quienes escribían para sí pero que no acostumbraban a publicar, aunque estuviera abierto a todos los uruguayos, coincidimos proponentes y destinatarios de la propuesta, en que el proyecto era viable y plausible, pero las expectativas de cualquiera de los cuatro o de Helena Corbellini, la encargada de Producción Cultural de la Biblioteca, no llegaron siquiera a rozar el volumen de la respuesta que le dispensarían nuestros creadores. En un plazo que no fue muy extenso, se presentaron mil seiscientos cuatro cuentos, una cantidad que, en nuestro país, para experiencias análogas, es excepcional. En mi falible memoria, y con un premio de mucha mayor cuantía, sólo un concurso de COFAC, sobrepasó esa cantidad de obras postuladas.
    Pienso que tampoco ninguno de los tres jurados —María Inés Obaldía, Carlos Caillabet y Henry Trujillo—, cuyo prestigio personal mucho habrá incidido también en el éxito de la convocatoria, se imaginaron en el lío que se metieron al aceptar el ofrecimiento de los organizadores. Habrán pensado, como nosotros, en trescientos o cuatrocientos cuentos, a lo sumo. Pero, ante la montaña de papeles, no se arredraron. Carlos Caillabet, incluso, proclamó con una inesperada vocación profética: “El pueblo ha instaurado el Premio Paco Espínola”.
    Pero a la casi eufórica satisfacción que produjo esa respuesta, nos asaltó una segunda duda: ¿de todo ese magma saldrá algo realmente bueno? En mi caso personal, cargaba sobre mi memoria el hecho de que me había tocado ser jurado del primer concurso de narrativa inédita que organizó la Intendencia Municipal de Montevideo, la de Aquiles Lanza, apenas reinstaurada la democracia. Por aquel entonces, corría el mito de las novelas que habrían permanecido guardadas en los cajones por más de una década. Recuerdo haber vuelto a Tacuarembó, con una valija grande a cuestas, insoportablemente pesada, con todas las obras presentadas, pero no me arredraba la tarea, porque pensaba que iba arrastrando hacia la bodega de un ómnibus de la ONDA una carga en la que, sin duda, iban textos equivalentes a “La vida breve”, “Don Juan, el zorro” o “La noche del día menos pensado”. Lamentablemente, no hubo obra que se acercara a los tobillos de las excelencias que preveía el mito.
    Como, en su inevitable austeridad, la parte más importante del Premio Paco Espínola, es la publicación de un libro con las obras premiadas y los distinguidos con mención, los organizadores solicitaron a los jurados que, aparte de los tres primeros premios, seleccionaran unos doce cuentos, para completar el volumen.
    Hoy, a través de Silva y Fonticelli, sé del entusiasmo del Jurado, que halló no sólo tres excelentes premios, que demandaron una ardua discusión para el discernimiento del primero sino que lo embretaron en la necesidad de aumentar las menciones a veinte. Ello significa que el libro resultante implicará una colección de veintitrés cuentos de muy alto nivel. Henry Trujillo, a pesar de la acentuada y hasta excesiva mesura que lo caracteriza, más de sociólogo que de narrador, llegó a decir: “el libro que se publicará, estará bastante más arriba de lo que circula habitualmente en las librerías”.
    El lunes pasado, “Sopa de Letras” anunció el fallo del Jurado. El cuento ganador, en un conjunto, repitamos, de mil seiscientos cuatro obras, ha sido “La Forma del Infierno”, de Juan Rodríguez Laureano, un joven de 20 años.
    Muy cerca, en un segundo y tercer premio, quedaron “Las ancianas no mueren al final” y “Cayendo en un día soleado”, de Lucía Lorenzo y Marcelo Pablo Rolandi, respectivamente.
    Los veinte mencionados por el Jurado fueron: “Bajo la Piedra” de Marco Antonio Maidana; “Borges recuerda”, de Leonardo de León; “Comenzó con el sonido del Avión” de Ma. Isabel Gallo; “Deyanira”, de Virginia Brown; “El amor según B”, de Guillermo Silva Grucci; “El rebaño de Orestes”, de Magdalena Miller Victorica; “F de Florencia”, de Sylvia Mernies; “La mirada”, de Victoria Morón; “Nobleza obliga”, de Julio César Barrera; “Nueve vidas” de Andrea Viera Gómez; “De Cuajo”, de Mariela Rodríguez; “Strangers in the night”; de Germán Aguirrezabala; “Malditos personajes”, de Enrique Pardo; “Tupé”, de Yessica Pontet; “La trama y el ratón“, de Raquel Martínez Silva; “Esta vez, sí“, de Mónica Dendi; “Cadencia tropical“, de Ma.Inés Dorado; “Rapsodia sexta. Principalía de Erecteo“, de Carlos Daniel Tellechea; “Flores exóticas “, de Mónica Marchesky; y “Adiós al Queguay, de Federico Leicht.
    He publicado el nombre de todos los autores premiados y o distinguidos con mención para que, primariamente, examinemos el conjunto resultante.
    Hay cinco escritores que han editado, sea en libros individuales o colectivos, con anterioridad al concurso: el autor del distinguido con el tercer premio, Marcelo Pablo Rolandi; y, entre los merecedores de mención, Virginia Brown, Mariela Rodríguez, Mónica Dendi y María Inés Dorado. Por lo tanto, dieciocho, los autores del primer y del segundo premio, y dieciséis mencionados tienen su obra absolutamente inédita. Representan un altísimo y significativo porcentaje de los cuentos premiados o mencionados.
    Un buen cuento, y más en cuanto se aproxime a la excelencia (y, al decir del Jurado, ésa es la tendencia de las obras distinguidas), no es obra de la casualidad. Por otra parte, el oficio de escribir no se alcanza en el primer intento. Puede, entonces, arriesgarse la presunción de que esta edición inaugural del Premio “Paco Espínola” tendrá la significación histórica del afloramiento en nuestra cultura de un importante haz de narradores hasta ahora inéditos, responsables —muy probablemente— de otros cuentos que merezcan su publicación en libros individuales. Esta es la principal conclusión.
    La otra presunción vuelve a atender el caudal de obras presentadas. ¿Cuántos habrá, entre los postulantes, que se vieron incitados por la convocatoria de un concurso de este perfil, a explorar sus potencialidades narrativas? ¿Cuántas vocaciones, precoces o tardías, se despertaron y llegaron, más allá del resultado, al descubrimiento de las recompensas íntimas de la escritura? No haber ganado ni haber obtenido una mención en un conjunto con un nivel tan alto no es óbice para proseguir con esa exploración.
    En suma: el resultado ha sido excepcionalmente alentador; sobre todo, porque marca la necesidad de multiplicar los puentes de vinculación efectiva del público uruguayo con autores que aún desconocemos. Y digo vinculación efectiva, porque todos sabemos que la publicación de un libro apenas es un paso, decisivo sí, pero apenas un paso. Lo imprescindible radica en otros dos pasos ulteriores e imprescindibles: una distribución y una promoción encaradas seriamente, las que sólo pueden alcanzarse con una política pública de edición, llevada a la práctica por una intensa cooperación de los agentes públicos y privados implicados en el mundo del libro.


    (texto tomado de Caras y Caretas)

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